Lc 2, 22-38*
El evangelista Lucas,
poco enterado de costumbres judías,
mezcla el rito purificador de las mujeres parturientas,
a los cuarenta días de nacer el primogénito,
y el del rescate del mismo
-consagrado en principio a Yahvé-,
por cinco siclos de plata,
a los ocho días de vida,
el dia de su circuncisión.
Buena ocasión para Lucas de emplazar a la familia
en el templo de Jerusalén,
centro predestinado por Yahvé para salvar el mundo.
Igual que en la presentación de Juan,
toma como modelo el viaje de Ana y Elcaná,
padres de Samuel, al santuario de Silo,
para consagrarle al servicio de Dios,
siendo bendecidos por el sacerdote Elí.
Un hombre piadoso y justo, que esperaba
la consolación de Israel, de nombre Simeón,
bendice esta vez a María y José
y recita un himno preevangélico,
similar al cantado en el templo por el padre de Juan,
Zacarías.
Igual que Jacob, que pudo morir en paz,
cuando encontró a José, su hijo,
Simeón, tomando a Jesús en sus brazos,
se alegra de que Dios haya cumplido su palabra:
Sus ojos han visto por fin la salvación,
preparada para todos los pueblos:
luz para los gentiles
y gloria para el pueblo de Israel.
Pero Jesús será también
según el segundo trístico del himno,
bandera de división y de rechazo,
signo de contradicción.
Unos se levantarán y otros
caerán ante él.
Para unos será piedra de tropiezo
y para otros piedra de victoria.
María llevará en su propia vida
el destino doloroso de su pueblo.
Faltaba aquí la figura paralela de Isabel
en el relato sobre Juan.
Lucas añadió por eso la de Ana, profetisa,
viuda octogenaria, modelo de los pobres de Yahvé,
que servía a Dios en el templo,
y que hablaba de Jesús
a todos aquellos que, como ella misma,
esperaban ansiosos
la
liberación
del pueblo judío.
* Ver la introducción al Evangelio de la Infancia, de Lucas, en la entrada del día 20.