Mc 11, 1-11; Jn 12, 12-19
Entra Jesús montado en un pollino.
Ni rey ni emperador: un peregrino
piadoso que llega a Jerusalén
sin armas ni arreos ni palafrén.
Unos mantos por silla de montar
y ramos de palmeras al pasar.
El Hijo de David, dicho el Mesías,
que anunciaron las viejas profecías.
El que viene en el nombre del Señor,
el rey de la justicia y del amor.
Pero el pueblo esperaba otro caudillo,
con más poder y fuerza, con más brillo.
A caballo y con halo de laurel,
que liberara al pueblo de Israel.
Y así del Galileo se olvidó
y a su suerte insegura le dejó.
Qué breve entrada triunfal.
Y qué ingratitud tan descomunal.