¿En nombre de Belzebú?
(Mc 3, 20.35; Mt 12, 24-32; Lc 11, 15-23)
En aquel tiempo de la historia
los enfermos que no podían explicar su enfermedad
o perdían el control de la misma;
todos los discapacitados y oprimidos;
todos los estigmatizados sociales
pasaban por ser poseídos del demonio,
símbolo en acción del Mal.
Privados de su yo y su libertad,
eran masa fácil de exorcistas precientíficos,
muchos de ellos con buena voluntad.
Acababa de curar Jesús
un endemoniado ciego y mudo,
que empezó a ver y a hablar.
Y la gente se preguntaba
si no sería el Maestro el Hijo de David.
Pero unos escribas, venidos de Jerusalén,
acusaban a Jesús de estar poseído por el príncipe
de los demonios, llamado Belzebú
-juego burlesco de palabras:
Baal Zebú (príncipe de las moscas) por el nombre Baal Zebul,
genuino nombre del dios Baal el Príncipe-,
y de expulsar demonios con su ayuda.
¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás -les replica Jesús-.
Si un reino se divide a sí mismo,
no puede subsistir.
¿Y en nombre de quién expulsaban los demonios
los hijos de Israel?
El Maestro proclama que expulsa los demonios
por el poder de Dios,
por el Espíritu de Dios,
por el dedo de Dios
(igual que Moisés en las plagas de Egipto),
liberando a Israel de las fuerzas del mal.
Señal inequívoca de que ha llegado hasta ellos
el reino de Dios, no solo en palabras.
Blasfemia contra el Espíritu Santo, llama Jesús
-pecado mayor, que no será perdonado-,
al cerrar los ojos y el corazón
a las obras que él hace en nombre de Dios para el bien de los hombres.