No llegábamos, esta tarde, en la catedral de Pamplona, a 30 los participantes en la celebración de acción de gracias tras la muerte del ex obispo auxiliar de Pamplona (1971-1976) y ex obispo titular de Vitoria, don José María Larrauri Lafuente. Cierto que la hora era mala: las seis de la tarde. Y la publicidad, casi nula. Había más concelebrantes en el altar y casi tantos en el coro de la capilla de música. ¿Dónde estaban aquellas masas que le aplaudíamos el Jueves Santo de 1973, en esa misma catedral, cuando don José María se atrevió a denunciar proféticamente la tortura y los abusos del poder? ¿Dónde los miles de personas que le debíamos gratitud por aquellos años difíciles que pasó, humilde, bueno y servicial, entre nosotros? Muchos, muertos. Otros muchos no se han enterado. De todos modos sería yo el último en reprochar a alguien su ausencia. Yo tampoco le visité en Vitoria en los años de nuestra común actividad pública, y ni siquiera en los muchos años que ha pasado retirado, más humilde, pobre y servicial que nunca, en la residencia de las hermanitas de los pobres de la capital alavesa. Qué falta de finura, de delicadeza y hasta de sentido común. Así lo he vivido, con mucha tristeza, a los pies del Cristo de Anchieta, mi imagen preferida, al final de la celebración.-Claro que don José María no necesita nuestra correspondencia. Claro que nuestra limitación y nuestra ingratitud habituales dan resultados estruendosos como éste. La historia a veces, sólo a a veces, rinde justicia a los méritos de ciertos hombres, sólo de ciertos. Pero quedan en pie la autónoma ley del deber cumplido, máxima ley moral, y la esperanza en Dios, que es la mayor de las esperanzas.