Desde el ventanal norteño de mi casa he visto a la nieve de febrero asaltar por las bravas; tomar enteramente, sin resistencia alguna, y pacificar con sosiego y apacibilidad los contrafuertes, los revellines y los baluartes de la Ciudadela de Pamplona. La nieve es ahora la que ocupa, domina y transfigura la arrogante Fortaleza. Los símbolos de la guerra se rindieron para siempre, y una paz blanca y silenciosa suena y se extiende a todos los contornos.