(Sobre Is 58, 1-12)
(I)
¿Quién soy yo para alzar con pretensiones
mi pobre voz como un cuerno poderoso
y denunciar los defectos o delitos
de nadie?
Pero el viejo Isaías me enseñó
a preguntar con firmeza y humildad,
a los hombres de mi tiempo,
sin excluirme a mí mismo.
Y por eso pregunto, a mi manera,
a creyentes y ateos,
cristianos, musulmanes, hindúes o budistas,
judíos, animistas, confucianos,
rotarios y masones,
rabinos, sufíes, maestros del espíritu,
cardenales o grados 33,
y a toda clase de libre-pensadores.
Sobre todo a banqueros y grandes propietarios,
políticos de todos los colores,
prestigiosos científicos,
escritores laureados,
artistas de renombre universal…
Vosotros, que intentáis conocer los caminos
de Dios, del Azar o de la Suerte;
que os preguntáis en no pocas ocasiones
por el sentido
de toda vuestra vida y vuestro esfuerzo;
que os quejáis, con razón o sin ella,
para qué trabajar, y hasta ayunar
(de tantas cosas, en vuestros mil quehaceres),
si nadie os comprende y nada os justifica;
para qué levantar en vano vuestras voces
ante Dios o la Nada, el Destino, el Absoluto,
el Mundo, la Materia, la Sociedad o el Hombre…
Mostraos claros y sinceros
y responded por razones tan sólo humanitarias
al más grande profeta de Israel,
que os pregunta en nombre de su Dios:
¿Quién de vosotros, regidores del mundo,
deshizo un solo lazo de maldad?
¿Quién de vosotros arrancó
un solo yugo opresor
del cuello de un hombre quebrantado?