Tenemos los navarros una idea muy desfigurada de aquel franciscano castellano, fray Francisco Ximénez de Cisneros, confesor de la reina isabel, arzobispo de Toledo, inquisidor general para Castilla, fundador de la Universidad Complutense, cardenal, y regente del Reino (1506-1507 y 1516-1517)…, sólo porque hizo desmochar algunas torres y fortalezas de los agramonteses…, y va y viene ahora el gran hispanista francés, Joseph Pérez, hijo de emigrantes valencianos, y nos trae uno de sus grandes libros, Cisneros, el cardenal de España. Ahí retrátale como un estadista de la modernidad, quizás el más perspicaz y progresista que tuvo Europa en el siglo XVI. En un momento decisivo de la historia de España, así le vieron los contemporáneos españoles de los primeros Austria y, después, hasta los historiadores franceses, que no dudaron en ponderar la superioridad de Cisneros sobre su gran Richelieu, aquel cardenal que hizo de Francia un Estado centralizado y eficaz. Y es que el español murió demasiado pronto y no tuvo ocasión de conocer a Carlos I: algunos cortesanos hicieron lo posible para que no se conocieran. Según el hispanista francés, el regente castellano, hombre espiritual y religioso, con alma de fraile mendicante y muy próximo a los erasmistas, reformador del clero y de la Iglesia, salvó a Espña de la desintegración. No fue nunca un fanático. Nunca él hubiera publicado, v.g., el edicto de 1525 contra los alumbrados de Toledo. Con él, una decena de años más en el nuevo Estado, la historia religiosa de España hubiera sido muy distinta de la que fue.