En estos días pascuales, atravesados por el Espíritu de Cristo resucitado; cuando, después de la fiesta nacional japonesa esplenden los cerezos y se consolida la primavera en todo el hemisferio norte, me vienen a las mientes aquellas palabras aladas escritas en su viaje al Japón, de mayoría shintoísta, el año 1959, por el mejor historiador y fenomenólogo contemporáneo de las religiones, el rumano Mircea Elade (1907-1986):
Para el alma japonesa, todo el Cosmos puede ser transfigurado; nadie ni nada es indigno de recibir la visita de un dios: una flor, una piedra, un pilar de madera. El Universo está constantemente santificado por una infinidad de epifanías instantáneas. Los dioses no se instalan en ninguna parte del mundo. El espíritu desciende en cualquier momento y en cualquier sitio, pero no se queda, no se deja atrapar por la duración temporal. La epifanía es, por excelencia, fulgurante. Toda presencia divina es provisional. (…) El Univeso está formado por millares de fragmentos discontinuos, aparentemente ilusorios e insignificantes, pero cada uno de ellos es susceptible de transfiguración, y entonces se revela como Todo-Uno. La transfiguración es instantánea y paradójica. Nada puede preparar el Satori (la iluminación).