María Concepción García Gainza, académica de varias Academias; ex catedrática de varias universidades españolas; autora de numerosas obras publicadas; especialista en el arte del Renacimiento y del Barroco; mi colega en la Junta fundacional del Ateneo Navarro, y ahora vecina mía, acaba de regalarme una de sus ultimos libros, Alonso Cano y el Crucificado de Lekaroz (2015), en una exquisita edición de 75 páginas, con numerosos y bellísimos fotogramas, la mayoría de ellos sobre esa imagen artística de Cristo, una de las más bellas de la escultura española del siglo XVII. Un día joya de la iglesia del célebre Colegio de los PP. Capuchinos del baztanés lugar de Lekaroz, se venera ahora en la iglesia de San Antonio de Padua, de los PP. Capuchinos de Pamplona. No es este apunte, ni puede ser, ni valdría nada si lo intentara, una recensión, ni siquiera una síntesis, ni encierra otra pretensión que presentar algunas de las líneas de la autora:
El apetito de belleza de Cano, conseguido por una idealización del cuerpo desnudo, marcó diferencias con los Crucificados de otros maestros próximos a él. El Cristo de Lekaroz no es tan alargado como el de su maestro Francisco Pacheco, ni tan virtuoso como los de Martínez Montañés, ni tan naturalista como el de Velázquez, ni tan barroquizante como otros Crucificados de otros sevillanos como Juan de Mesa o Felipe de Ribas… (…) El Crucificado de Lekaroz ofrece por medio de su bello desnudo y el equilibrio y serenidad qu lo inspiran una imagen de Cristo idealizada, sublimada, poetizada y casi divina, fiel expresión del sentimiento religioso del Barroco que impregna la imagen. No se puede hablar de un triunfo del «espíritu neoplatónico sobre la materia, sino más bien de una espiritualización del interior de la materia». (…) La imagen del Crucificado consigue así una mayor cercanía al devoto en quien provoca y comunica sentimiento de dolor y de arrepentimiento.
Ponderando la religiosidad del artista y el conocimieno que tenía de la literatura religiosa, la autora cita, entre otras obras de santos que poseía en su biblioteca -Agustín, Teresa de Jesús, Ignacio de Loyola-, las Meditaciones de la vida de Cristo, de fray Luis de Granada, de las que recoge estas exclamaciones que el fraile dominico escribe tras la última palabra de Jesús en la cruz: ¡Oh, dule dejo! ¡Oh, dulce muerte! ¡Oh, dulce sangre! ¡Oh, dulces llagas! ¡Oh, dulce madero! ¡Oh, dulce peso! ¡Oh, inestimable caridad, que por llevar los miserables desterrados al cielo, mueres tú, Señor de los cielos, en un madero!
Postdata. Cada año, desde 2006, he dedicado a la Cuaresma, y sobre todo a la Semana Santa y a la de Pascua un tratamiento especial, las más de las veces en forma de poemas. Este año iré escribiendo desde mañana una serie de reflexiones bíblico-evangélicas sobre once momentos de la Pasion del Señor.