Con una misa en la basílica de San Pedro, el papa Francisco cerró el 29 de octubre la primera de las sesiones del Sínodo de la Sinodalidad, que duró 25 días. A la que seguirá una segunda vuelta, en otoño del 2024. Diferente a los anteriores, ha sido precedido por una consulta al Pueblo de Dios, que ha durado más dos años y aún no ha concluido y ha incluido a mujeres, que por vez primera han podido hablar en él. Ha sido el acontecimiento más importante después del Concilio Vaticano II. Este intento de una Iglesia no nueva, sino de una Iglesia diversa, llevado a cabo por el papa Francisco no podía dejar de provocar reservas y herir sensibilidades en ciertas gentes tradicionalistas pero alejadas de la genuina tradición creadora y adaptada a los tiempos.
Más de 5.000 fieles se congregaron en la basílica de San Pedro, arropando a 464 padres y madres -por vez primera en la historia-, procedentes de más de 90 países, entre los que se veía a los patriarcas orientales, vestido de blanco, y sobre todo a las mujeres de los cinco continentes, vestidos de mujer. Citando al que fue cardenal de Milán, el jesuita Martini, sobre el riesgo de querer controlar a Dios, mencionó también los riesgos de la vanagloria personal, el ansia de éxito, la autoafirmación a toda costa, la avidez del dinero, el carrerismo…, pero también las idolatrías disfrazadas de espiritualidad. Y tuvo pronto presentes a las víctimas de las atrocidades de las guerras, de la emigración, de la soledad y de la pobreza. Y ya casi al final, resumió con emoción las trabajos del Sínodo:
-En esta evocación del Espíritu hemos podido experimentar la tierna presencia del Señor y descubrir la belleza de la fraternidad. Nos hemos escuchado mutuamente y sobre todo, en la rica variedad de nuestras historias y nuestras sensibilidades. Nos hemos puesto a la escucha del Espíritu. Hoy no vemos el fruto completo de este proceso, pero con amplitud de miras, podemos contemplar el horizonte que se abre ante nosotros. El Señor nos guiará y nos ayudará a ser una Iglesia sinodal y misionera que adora a Dios y sirve a las mujeres y a los hombres de nuestro tiempo, saliendo a llevar la reconfortante alegría del Evangelio a todos.
Para terminar diciendo:
-Esta es la Iglesia que estamos llamados a soñar: una Iglesia sierva de todos, sierva de los últimos. Una Iglesia que no exige nunca un ´carnet de buena conducta´, pero que acoge, sirve, ama, perdonas. Una Iglesia de las puertas abiertas, que sea un puerto de misericordia.