Tras dedicar amplio espacio, como hemos visto, a la mujer y a los prelados (obispos) en la Iglesia, el Sínodo plantea igualmente la necesidad de modificar el lenguaje litúrgico para que sea más accesible a los fieles, y que las misas tengan un estilo celebrativo a la altura del don y con auténtica fraternidad. Propone asimismo que se mejore la preparación al sacramento de la Confirmación.
Las propuestas en materia formativa se concentran en la exigencia mejor conocimiento de las enseñanzas del Vaticano II, del magisterio postconciliar y de la Doctrina Social de la Iglesia. Signo de los tiempos es que se recalque que los fundamentos bíblicos y teológicos de la economía integral se integren más explícita y cuidadosamente en la enseñanza, la liturgia y las prácticas de la Iglesia. Se insiste a la vez en que la experiencia del encuentro, de compartir la vida y de servir a los pobres y marginados se convierta en parte integrante de todos los itinerarios de formación ofrecidos por las comunidades cristianas: es una exigencia de la fe, no una opción. En esta se línea se llama a la Iglesia universal a combatir el racismo y la xenofobia, y a comprometerse en proyectos de integración de los emigrantes.
Acerca de cuestiones de identidad de género y orientación sexual, el final de la vida, las situaciones matrimoniales difíciles y otras materias delicadas en torno a la inteligencia artificial, se recomienda sensatamente tomarse tiempo para reflexionar, huyendo de juicios simplificadores, que hieren a las personas y al Cuerpo de la Iglesia, con una mayor escucha y respeto a la dignidad de las personas que se sienten marginadas o excluidas de la misma.