Cuando su hija Susana. cineasta y pedagoga, pregunta a Eduardo Chillida (San Sebastián, 1924-2002), en uno de sus libros, qué piensa de Dios, el escultor vasco contesta:
–Yo pienso que está en todo. Dios es el todo. El gran fin, la gran meta, la diana…
Chillida, que se tenía por un cristiano normal y corriente, un cristiano de misa los domingos, le responde alsu amigo el jesuita Antonio Berstain, cuando este le pregunta el porqué de la presencia múltiple de la cruz en toda su obra:
–Es lo más importante del cristianismo, y ahora mismo acabo de hacer una cruz para que se coloque en el Buen Pastor, en la catedral, mirando hacia Santa María. Se va a llamar, en euskera, La cruz de la paz, porque me encargaron un símbolo de la paz y no conozco ningún otro símbolo mejor.
Aquella cruz, en alabastro, la regaló el artista a la catedral donostiarra en 1997. Otra obra, donde estaban las tres cruces, la envió Chillida al Vaticano, dejando claro que también el mal ladrón pudo salvarse, como su compañero:
–Es un lugar de encuentro de toda la historia de la humanidad, de todas las cosas que han pasado. Un acontecimiento que supera cualquier otro, en mucho, por la trascendencia que ha tenido y sigue teniendo. (…) Él no exige el castigo, lo que exige es perdón a todos en la cruz. Por eso hablo de la La cruz de la paz, poque él da su vida por los demás allí, de modo que de castigo, nada.
Cuando el jesuita amigo le pregunta si quiere ver a jesús, el artista le dice:
–Quiero ver más de lo que veo. Sé que detrás de todo estará eso, pero no aspiro a tanto. Aspiro a ver lo que todavía no he visto y a conocer lo que todavía no he conocido. Por eso no miro para atrás y por eso estoy perdiendo la memoria. Me da la impresión, en cierto modo, de que se me olvidan cosas. Pero, en cambio, puedo todavía ir un poco más adelante.