El Dios de Saramago

No me gusta Saramago, ni como personaje ni como escritor. Conozco mal su obra y por eso no quiero que mi ignorancia ocupe el lugar del juicio ponderado. Leo en el último número de El Ciervo a uno de sus habituales colaboradores, antropólogo, sociólogo y crítico literario, Julián Ruiz Díaz, que firma su trabajo El Dios de Saramago es absolutamente absurdo. Resulta que, según Ruiz, el premio nobel portugués, autor de la novela Caín y de otras muchas,  presenta en ese libro y en otros muchos un Dios arbitrario e irracional, déspota y cruel, repugnante, extravagante, envidioso, impío, violento… Escojo los epítetos del crítico y dejo de citar, que sería interminable, los párrafos al pie de la letra. Naturalmente que lo que busca el novelista, comunista convicto del más ortodoxo marxismo, es  no sólo mofarse de ese Dios y arremeter contra él, sino componer un alegato en pro del ateísmo puro y duro. Nada nuevo, por otra parte. Aqui y allí el crítico de la revista barcelonesa resume su  propio pensamiento teológico avanzado y hasta hace sus pinitos ecuménicos con este tipo de escritores que, como Saramago, hace de la Biblia mangas y capirotes, selecciona los pasajes que más le interesan para su causa, deja a un lado cualquier intento de exégesis, los entiende en ocasiones al pie de la letra, como el más retrógrado fundamentalista, o los interpreta a su aire para llevar a cabo su personal batida contra la religión. Creo que en casos como éste hay que dejarse de requiebros culturalistas o de apostólicos distinguos y llamar a las personas y a las actuaciones por su nombre. El premio nobel Saramago es, además de un incamsable antiteo, un ignorante de tomo y lomo sobre asuntos bíblicos. No conoce ni las lenguas de los libros sacros, ni su historia, ni  los  métodos de crítica histórica actual (historia de las fuentes, de las formas, de la redacción…). A todo lo cual se une su intento,-en palabras del antropólogo toledano- de menospreciar, censurar y ridiculizar la Biblia, el cristianismo, la religión y a Dios mismo. Pues vale. Allá él, que edad tiene. Y punto pelota.