(Mc 13, 1-23; Mt 24, 1-25; Lc 21, 5-24)
Cuando uno de los discípulos de Jesús
mostró su admiración por el templo de Jerusalén,
profetizó el Maestro que de aquellos soberbios edificios
no quedará piedra sobre piedra.
Después, estando en el Monte de los Olivos,
frente al Templo,
con Pedro, Juan, Santiago y Andrés,
le preguntan cuándo sucederá eso y cuál será la señal.
Jesús les dice que no se dejen engañar
cuando muchos vendrán usurpando su nombre,
y les evoca las varias señales
del clásico apocalipsis de Daniel:
muertes, guerras, alzamientos de reinos contra reinos,
hambres y terremotos,
que solo serán el comienzo
de los dolores de alumbramiento.
Habrá también señales que los afecten directamente:
los entregarán a los tribunales,
los azotarán en las sinagogas,
comparecerán ante reyes y emperadores,
para que den ante ellos testimonio
de la causa del Maestro.
No deben preocuparse de su propia defensa:
que de ellos se ocupará el Espíritu Santo.
Serán traicionados en sus propias familias,
cuyos miembros lucharán hasta la muerte unos contra otros,
y serán odiados de todos a causa de su nombre.
Felices si perseveran hasta el fin.
Se mencionan también las señales terribles
de tribulaciones,
abominaciones
y desolaciones
en el pueblo elegido:
el intento de Calígula de erigir en el Templo
la estatua de Júpiter,
y escenas crueles
de la llamada guerra de los judíos:
la ciudad cercada, pisoteada por las tropas gentiles;
los muertos numerosos a filo de espada;
los huídos de las casas a los montes;
los llevados cautivos a todas las naciones;
los falsos profetas y cristos con sus falsos mensajs y milagros
capaces de engañar, si fuera posible,
a los mismos elegidos.
(Marcos escribe su Evangelio tras la destrucción primera
de la ciudad santa de Jerusalén
en tiempo de Tito y Vespasiano,
convirtiendo el amargo suceso en profecía
de Jesús,
y da forma y esructura a los dichos que corrían
sobre el final del Tempo y la crisis mesiánica.
Mateo y Lucas transmiten el relato de Marcos,
con pocas discrepancias, muchos años más tarde)