El humor de Jesús de Nazaret

 

                          Me invitaron, la semana pasada, a volver a ver la película El nombre de la rosa, hecha  sobre la novela, muy superior, de Umberto Ecco, que todos leímos en su día con apasionamiento. Recordemos: la madre del cordero de la tragedia, que acaba en más muerte y en destrucción total, es el códice aristotélico sobre la comedia, sobre la risa y la capacidad del hombre de reírse de lo humano y lo divino. Y ese códice, guardado a cal y canto en la fortaleza de la biblioteca, como posible corruptor de las mentes de los monjes, es la causa de que varios de ellos lo codicien, se acerquen a él subrepticiamente y lo lean, envenenándose a la vez con el veneno puesto en sus páginas por el veneable Jorge de Burgos, guardián de la ortodoxia.

Jorge de Burgos se hubiera escandalizado también de aquellas palabras del novelista israelita Amós Oz: Leí los Evangelio y me enamoré de Jesús, de su visión, de su ternura y de su soberano sentido del humor. Tales palabras le sirven al cultísimo cardenal Ravasi para traer a colación el ensayo del biblista alemán, Klaus Berger sobre el humor de Jesús: una reversión –según este último– de todo lo que se percibe como serio, amenazante y capaz de infundir miedo. Es la destrucción de un poder presuntuoso, y una reafirmación de la libertad. Para desmontar estereotipos Jesús de Nazaret echa mano de la paradoja, la ironía, la crítica directa, el riesgo, la hipérbole y el uso del absurdo: el camello y el ojo de la aguja, la extirpación del ojo o de la mano, el ciego que guía otros ciegos, la serpiente que se da al hijo para comer, la lámpara escondida debajo del celemín, las perlas arrojadas a los cerdos…

Transgresor de los tabúes, Jesús consigue extraer enseñanzas virtuosas incluso de lo indecoroso: las molestias al vecino, las vírgenes en medio de la noche, los insultos de glotón y borracho… Es difícil entender al Maestro sin tener una pizca de humor. Lo mismo a la hora de sus señales y milagros: la morera plantada en medio del mar, o los dos mil cerdos ahogados en el lago de Tiberíades.

Este tipo de humor, entendido en su sentido amplio, se convierte en una forma simbólica de emplear con poder y radicalidad palabas y acciones, llamamientos y juicios, vida y muerte. Es una epifanía humana del Cristo, ampliada por los evangelios apócrifos. Es el lugar propio de la humanidad y de la libertad que uno se toma de sí mismo, representados dentro del mundo de El nombre de la rosa, en el sabio y sereno visitador franciscano Bernardo de Barsqueville. Humanidad y libertad que no han entendido, ni entienden ni entenderán todos los inquisidores y ferocees guardianes de la falsa ortodoxia, como Jorge de Burgos, que, al parecer, era español.