(Lc 24, 1-8)
Años más tarde que Mateo escribe Lucas su evangelio,
destinado a cristianos de habla griega,
y sigue fielmente a sus dos predecesores
en su relato pascual.
Pero añade, por su parte, algunas tradiciones de su Iglesia.
Por ejemplo, las mujeres son aquí
María Magdalena, Juana y María de Santiago,
y las demás que estaban con ellas,
que llevan al sepulcro los aromas preparados el día anterior.
Entrando, no encuentran el cuerpo del Señor Jesús,
la nueva identidad de Jesús resucitado
Los mensajeros son aquí dos hombres
con vestidos resplandecientes,
que ellas toman por ángeles,
que anuncian el mismo mensaje.
Lucas, buen helenista, lo redacta bellamente:
–¿Por qué buscáís entre los muertos al que está vivo?
No está aquí. Ha resucitado.
Y él mismo añade una breve catequesis
apologética:
–Recordad cómo os habló
cuando estaba todavía en Galilea:
«Es necesario que el Hijo del Hombre
sea entregado en manos de pecadores
y sea crucificado,
para al tercer día resucitar».
Y ellas recordaron sus palabras.
(Esta vez, sin recibir encargo alguno,
se convierten en testigos
y anuncian el mensaje pascual a los discípulos)
Regresaron, pues, del sepulcro,
y todas estas cosas anunciaron a los Once y a todos los demás.
Pero a ellos todos aquellas palabras
les parecían desatinos,
y no les creían.