Es curioso que un sintagma tan sacro y lírico como es el rosario de la aurora en el mes de octubre haya devenido una metáfora, al decir del Dicionario de la RAE, de una desbandada descompuesta y tumultuaria de los asistentes a una reunión por falta de acuerdo. Entre las versiones, algunas muy chuscas, del origen de la expresión, la más verosímil parece la del religioso jerónimo del monasterio de Bornos, Fray Baltasar de San José. Nos cuenta la bronca habida en la localidad gaditana de Espera (hoy el pueblo con más paro de España), entre las Hermandades de la Vera Cruz y la de las Ánimas, enfrentadas a menudo, que en 1749 se disputaron el cadáver de un vecino, que había sido miembro de las dos, con la correspondiente zalagarda. Hay otras versiones menos creíbles, como la que habla de unos quintos trasnochadores y borrachos que, no se sabe dónde, provocaron a los fieles devotos y éstos se defendieron hasta con los faroles de la procesión matutina, armándose entonces la tangana. Otros, en fin, cuentan que fue un tiesto o maceta, lanzado desde un balcón por alguien a quien le despertó la campanilla o la canturria del rosario de la aurora, lo que originó la zarabanda posterior. Todo puede ser, pero yo me quedo con la primera versión. – A los devotos que salen hoy por las calles cantando las Ave-Marías del rosario, a unas horas tan intempestivas para la disputa y la reyerta, todo este relato se les hace tan lejano e increíble como ingenioso.