El sacacorchos de Miró

 

En el Bellas Artes de Bilbao, donde se expone también un imponente Belén napolitano de Francisco Salzillo, estuve ayer contemplando la  numerosa selección de grabados, antiguos y  modernos, y unos cuantos cuadros de pintores famosos, todos ellos traídos de la exposición permanente en el Museo del Vinoo, Bodegas Vivanco en Briones (La Rioja). Pintores como Picasso, Gris, Miró, Prieto, Saura, Tapies, Clavé, Hernández Pijuán, Sempere, Condé, valdés, Arroyo, Warhol, Barceló, Ricardo Baroja, Hamaguchi o Menchu Gal. Siempre en relación con el vino: Baco, faunos, bodegas, botellas, uvas, racimos, viñas, copas, bodegones… Me interesó, más que cuando lo ví por vez primera, en Briones, el cuadro «Le trobadour», de Joan Miró, 1974, aguafuerte y aguatinta. Es un sencillo sacacorchos de alas -el Museo  riojano tiene decenas y decenas de todos los tipos y tamaños-, en posición vertical, con las aletas extendidas, remedandio la figura humana, con dos ojos y raya de nariz diujados en el hueco del asa. A los habituales ornamentos mironianos, en forma de soles, manchas, rayas… esparcidos por el cuadro, negros, verdes, azules y rojos, se añaden aqui unos granos gris-morados de uva, y una mancha vinosa, de forma que todos los demás signos pueden imaginarse también así. Ahora que estoy estudiando la obra poética de los trovadores medievales –trobador y trobairitz, en provenzal-, me encuentro con esta broma lírico-pictórica. Sí, el vino era un placer excelso, cantado una y otra vez, que no todos los trovadores, y sus segundos, los juglares, se podían siempre permitir.