No son muchos los textos recogidos en la tradición benedictina sobre este tema común. El trabajo se da siempre por supuesto. San Benito insistió en que cualquier trabajo es valioso por sí mismo. El trabajo compromete al monje en el trabajo continuo de Dios de creación y salvación. Los útiles o herramientas de trabajo merecen la misma reverencia que los utensilios litúrgicos.
El trabajo es natural y necesario. Y es una forma de servir a Cristo con Cristo. No se debe pedir trabajar a nadie hasta el punto de llegar al agotamiento y a la infelicidad, y se debe ofrecer ayuda cuando una tarea resulta abrumadora. El trabajo en que los seres humanos comparten talento y esfuerzo por una causa común es una forma de unirnos en el Espíritu que a todos nos llama y cura.
San Benito y sus seguidores pudieron legislar serenamente sobre el trabajo, porque su preocupación principal no fue nunca ni la producción ni el consumo. Cada monasterio aspiraba a la suficiencia.
La falta de vocaciones jóvenes ha obligado en muchos monasterios actuales a extremar el esfuerzo y el trabajo de unos pocos, rompiendo el buen ritmo proporcional entre la oración, el estudio, el trabajo y el descanso.