Durante mi convalecencia, falto de temple para quehaceres superiores, he visto más televisión que nunca. Durante esos días, las noticias más constantes eran la guerra de Ucrania, los bombardeos en Gaza, las barbaridades del nuevo Califato de Bagdad; los atentados y matanzas en Iraq, Afganistán, Nigeria…; las pateras hundidas en el mar; los asaltos a la verja en Melilla; los enfermos de ébola arracimados junto a pobres hosspitales o tirados por las calles… Y asi, mañana, tarde y noche. Yo me contemplaba a mí mismo -en un caso no grave aunque haya tenido crisis agudas en el proceso posoperatorio-, tan cuidado, tan mimado, rodeado de medios sanitarios de todo género (aunque seamos muy críticos con ciertas estructuras y ciertos procedimientos) y me contrastaba con todo aquello que estaba viendo delante de mí: muertos, agonizantes, rehenes con el cuchillo junto a su garganta, cadáveres o personas vivas entre escombros, centenares de heridos sin curar, hospitales desbordados sin apenas medios para atender a una mínima parte, madres con niños muertos en los brazos, niños y jóvenes mutilados, niños armados desfilando, niñas y mujeres violadas en masa… ¿Qué es esto? ¿Dónde estamos ? ¿Qué valor tan diferente tienen esas vidas y las nuestras? ¿En qué pienso yo? ¿ De qué me ocupo? ¿De qué me quejo? ¿Cómo es posible esta inmensa diferencia, que es una inmensa injusticia? ¿Quién de todos esos infelices tiene una habitación para descansar, una terraza para tomar el sol, una mesa siempre puesta, una visita de amigos, unos periódicos y unos libros encima de la mesa, una mano amiga para curarte o para ducharte o para levantarte del sofá? ¿Con qué caradura voy a contar por enésima vez mi última peripecia con aquel médico, con aquella enfermera, con aquella auxiliar…? El remordimiento, la vergüenza, el desasosiego espiritual fueron creciendo con los días. Llegué a no querer ver la televisión. ¿De qué Dios hablamos unos y otros? ¿De qué moral? ¿De qué humanidad? ¿De qué mundo?