Durante toda mi vida adulta he venido recordando y rezando aquel vía-crucis que rezábamos, los días de Cuaresma, en la iglesia de mi pueblo, recorriendo los chicos las estaciones de la iglesia, y oyendo las letrillas que leía don Manuel. Mi madre y yo las sabíamos de memoria, con algunas lagunas: cuántas veces las rezamos en los glacis de la Vuelta del Castillo, los últimos años de su vida, yendo y viniendo a/de la iglesia de la Paz. Recuerdo que nuestro párroco leía también otras letrillas, sobre todo los sábados y domingos, que se parecían mucho; a veces confundí las dos, pero ahora no sabría distinguirlas. Un buen día, hace veinte años encontré las primeras en un mínimo folleto, Via Crucis en ascensión penitencial al monte San Cristobal (Artica-Pamplona) 24 de marzo de 1996, editado muy modestamente por la Unión Seglar San Francisco Javier de Navarra. Pero, por desgracia, no se menciona al autor ni se da pistas para ello. Hoy veo que en el blog del gran teólogo Xavier Pikaza, recuerda él, por dos veces en los últimos años, el texto del vía crucis que rezaba con su madre, siendo muy pequeño, en un pueblo de Burgos, y, despés de transcribir el texto del folleto de Artica, pide insistente noticias sobre el autor.
Me he puesto a mirar en la Red. No he sacado mucho en limpio. He visto varios vía-crucis en verso, muy parecidos, sobre todo del siglo XVIII; entre otros, el famoso del carmelita descalzo de Baeza, P. Diego de Santiago, y sobre todo el del teólogo y predicador capuchino valenciano P. José de Rafelbuñol (1728-1809), escrito en torno al año 1795, y que se reza hoy todavía en Lorca. Ese via crucis fue propagado por media España gracias al celebérrimo predicador capuchino beato Diego José de Cádiz. Se compone de las catorce estaciones, a la que añade unas 15ª, la aparición a la Magdalena. A cada una de ellas dedica tres redondillas y una oración, en el mismo género poético. La cuarta estación incluye estos versos, que son idénticos a los que yo recuerdo y que se imprimieron en la edición de Artica:
Aqui Jesús vio a María
de tantos dolores llena,
que le causó mayor pena
que la cruz que le oprimía.
Tiene, además, unas cuantas estrofas más muy parecidas a las que recitábamos en mi pueblo. ¿No serían estas una posterior edición, mucho más breve, y por eso más popular, del mismo autor?
¿Habrá alguien por ahí que nos satisfaga a la vez a Pikaza y a mi?
El vía crucis de marras comienza con un décima espinela de rima y ritmo:
Ya vengo, Jesús llagado
a contemplar fervoroso
los pasos que doloroso,
disteis con la cruz cargado…
Cada estación lleva dos redondillas -cuartetas de tono menor-, en rima consonante. La primera describe de un plumazo la escena bíblica. La segunda contiene la reflexión piadosa y emocionada, sobre la misma. Adjunto las estaciones 11ª y 12ª:
Con martillos inhumanos,
modo atroz y duro acero,
a Jesús en un madero
le clavan de pies y manos.
Desde esa cruz, ¡oh Señor!
miradme con gran piedad
y mi pecho traspasad
con santos clavos de amor.
Los versos no pueden más precisos, claros, resonantes. No falta ni sobra nada. Raramente se fuerza alguna rima, o en la segunda redondilla moral se extrema un tanto el moralismo. La 12ª estación no es menos bella:
El sol esconde su luz
de horror la tierra suspira,
cuando el Criador expira
enclavado en una cruz.
¡Ay, Jesús! muera yo aquí
de amor, de pena y tristeza,
viéndoos con tal fineza
dar vuestra sangre por mí.
En comparación con esta sencillez, con esta ternura, muchos viacrucis más modernos me han parecido pesados, pretenciosos, melífluos o demasiado trágicos. Alguna vez se me ocurrió hacer algo parecido con lo que los modernos exégetas dejan vivo, tras los estudios crítico-históricos, del Camino de la cruz, pero entonces ya no sería el vía crucis tradicional, basado en la lectura literal de los Evangelios y en la devoción secular. Por otra parte, para una redacción culta y exquisita del mismo, ya estan en la literatura española las décimas impecables e insuperables de Gerardo Diego, en su Via Crucis de 1930. Aunque poco populares y mucho más difíciles de aprender.