Elogio de Fernando Morán

 

              Ha muerto Fernando Morán. No soy capaz de analizar ni de valorar su obra política o su obra literaria. Otros lo harán cuando sea posible hacerlo. Yo había leído alguno de sus libros cuando le conocí de cerca al comienzo de la campaña de las elecciones europeas de 1989. Era entonces el icono de la Comunidad Económica Europea, en la que acabábamos de ingresar, y cuyo ingreso él venía de firmar solemnemente.

Desde un principio me fue muy fácil y nos fue a casi todos los componentes del grupo, que él presidía, simpatizar con Fernando y confiar en él. Procedente del Partido Socialista Popular, de Tierno Galván, su talante intelectual y liberal era su característica notoria. Nada de disciplina de cemento, como era el caso de otros dirigentes del partido. Nada de sectarismo. Lo que, paradójicamente, le hacía débil ante los que de verdad mandaban en él. Lo que de Fernando dependía, que era poco, era terreno libre, llano, amigable y compañeril. A veces hubo que acompañarle y seguirle en momentos discutibles y nerviosos. Él sabía más que nadie de Europa y de relaciones exteriores, y de ahí su autoridad y su prestigio. Lo demás, que a él le importaba poco, se lo hacían a su costa o a sus espaldas.

Tuve la suerte de hablar mucho con él. Y de pasar junto a él muchos ratos inolvidables. Andando el tiempo, leí que en una entrevista, confesaba que Dios le tentaba mucho. Ojalá le haya seguido tentando hasta caer en su tentación (Dios siempre nos tienta: tantea nuestra voluntad antes de que libremente se le rinda).