En Aranguren y en Ardanaz

 

           Otra tarde de los días de Navidad, nos fuimos al lugar y concejo de Aranguren, en el extremo septentrional del Valle de su nombre, entre los modestos montes Pinar y Amiturri, y bajo los gigantones Tangorri (845 m.), de donde viene el regato afluente del Sadar, y Aritzko (841 m.), dentro de esa entrañable Vuelta de Aranguen, que tantas veces hemos llevado a cabo. Entramos varias veces por el barrio de la Venta, hoy dos hiladas de viviendas ajardinadas, casi todas nuevas, camino de la balsa de Zolina o de Eskoiz-Ezkoriz, pero solo una vez habíamos recalado en el nucleo del pueblo. Que está muy extendido, con casonas entre huertos, jardines y zonas verdes. Todo él muy iluminado a esta hora, resalta la luz que alumbra el pórtico de la iglesia que cobija la portada gótica de la nueva iglesia de san Vicente (s. XIX),  que sigue el modelo del románico rural tardío, y es el único resto de la antigua iglesia, emplazada otrora en lugar mas elevado.

 Encima de la iglesia hay una casona del siglo XVI, de dos niveles y tejado a cuatro vertientes. Y un poco más abajo, una fuente neoclásica con marco de medio punto, en sillar. No hay un alma en la calle. En dos o tres balcones y ventanas brilla una estrella de Belén, y en otros hay algunos adornos navideños. Andando, andando, llegamos a donde oímos voces altas;  jóvenes que juegan a paleta en en un espléndido frontón cubierro y bien iluminado. En frente, se planta el palacio rectangular de cabo de armería, con un torreón adjunto a un lado. En medio del muro lateral inferior, donde se abre un anchurón, un Olentzero solitario ocupa un tonel, acompañado de un monigote infantil.

En el lado opuesto del poblado hay otra torre medieval, adosado a a una casa moderna, que en la noche, y no iluminada, se nos antoja un gigantón de cuento de miedo.  LLega ahora un coche, que se deiene en una  vivienda próxima. Damos luego una vuelta por el barrio de la Venta, silencioso y recogido también a estas horas. Y aún tenemos tiempo para cambiar de Valle e irnos hasta Ardanaz, puerta y vigía del Valle de Egués.

Dejando el Moreabizkar a nuestra izquierda, nos desviamos un poco a la derecha y subimos hacia Ardanaz, concejo del Valle de Egués  -mi tercer apellido-,  bajo la docena de casas nuevas, que han ido levantándose en los últimos años en la ladera izquierda del carretil. El poblado medieval de Ardanaz se implantó, a una altura de 629 metros, en las faldas del Donatsai (795 m.), protegido por el acantilado de  Malkaitz (772 m.), donde termina (o comienza) la sierra de Aranguren. Nos paramos junto a la vieja fuente. Nos saludan unas estrellitas de hielo, de esas que ponen en Navidad, imitando malamente a la estrella de los Magos. Un perro bullanguero de una casa vecina- se nos echa encima cuando salimos del coche y tenemos que blandir el bastón de monte para alejarlo. Paseamos por el rodal de casas que conforman el núcleo de la población, en torno a los 80 habitantes. En dos casas luce la estrellita de Belén. Una de ellas  lleva en el segundo cuerpo un escudo barroco del XVIII, y otra, recién restaurada,  mantiene el arco de entrada del siglo XVI.

Subimos luego hasta la parte alta del pueblo, pasando sobre unas casas muy modernas, acomodadas en el recodo de la subida. Se escapan unas gotas finas mientras llegamos a la iglesia -que yo veo desde la terraza de mi casa de Pamplona- dedicada a San Vicente, de origen medieval, rehecha a finales del siglo XVI, cuando se montó la pequeña torre, y después, en el año 1868. El atrio es la plataforma más alta de Ardanaz, encarada al chafarrinón iluminado de Sarrigurren, y, más lejos, Pamplona. Escapando un poco del calabobos, nos detenemos viendo el tímpano románico con crismón, entre columnas y capiteles decorados, bajo dos arquivoltas apuntadas de grueso bocel. Mientras dura nuestra visita, tres coches vienen o van. Una joven sale de unas de las casas de la cuesta  a pasear al perro. Descendemos del mismo atrio por unas escaleras muy seguras, bien  iluminadas y bien adornadas de plantas y flores. No por nada estamos en uno de los  ayuntamientos más ricos de Navarra.

Afortunadamente, no volvemos a ver ni a oír al perro.