En busca de San Quirico, en la sierra de Sarbil (y II)

 

        La primera parte de la subida puede pasar, aunque, y a pesar de llevar el GPS, nos perdemos dos veces y dos veces volvemos al sendero correcto.  Nos pasan varias familias con niños pequeños y grandes mochilas. Hacemos bromas. Luego viene un tramo áspero sobre un suelo formado de pequeñas piedras calizas, que lo hace muy resbaladizo. Descansamos de vez en cuando para mirar a los buitres, que nos sobrevuelan muy altos, o a la vega aluvial del Valle de Etxauri, que nos dejan ver las carrascas. Peor es el tramo siguiente, con mucho desnivel y el suelo muy estropeado, entre tierra quebrada y muchas piedras, y de poco nos sirven los bastones de monte, que aquí son un estorbo. Nos sostenemos entre nosotros, y, a veces, nos agarramos a la carrasca o al boj.

Mira el Arga…

Por un hueco entre la espesura carrasqueña vemos combarse el río, arbolado, plateado, manso, persistente. Lo que nos alivia un poco y hasta nos anima. Oímos, un poco más arriba, unas voces juveniles y vemos una roca exenta y afilada, como un ciprés de piedra, que todo el mundo llama el Huso, de 34 m.de altura y con seis vías de escalada. Pero aún nos falta lo peor. Por fin llegamos a un pequeño recodo, donde se planta el Huso calizo, con una protuberancia en la mitad, que nos hace ver una especie de nariz y algo parecido a una boca. Las primeras clavijas en la sierra de Sarbil se hincaron aqui, cuando los montañeros catalanes Juan Caballé y sus compañeros Sorolla y Magriñá conquistaron esta aguja el 16 de agosto de 1946. Uno de los muchachos del grupo acaba de hacer cima y los demás aplauden desde abajo. Las clavijas brillan al sol de la tarde. Nos quedamos un rato mirando y admirando la proeza. Les decimos a dónde queremos ir, pero no han oído hablar de ello. Junto a otra peña más gruesa y más alta que la anterior, la del Cantero, de 80 metros de altitud, tienen su pequeño campamento con las ropas, la pitanza, los útiles de escalada y las mochilas.

Cuando nosotros decimos santuario, ellos piensan que buscamos el refugio y nos orientan hacia él con lo que perdemos más tiempo, tiempo que aqui vale más que el oro. Vemos desde abajo el Refugio que lleva el nombre del montañero y escalador navarro Marcos Feliú, con capacidad para media docena de personas, que ocupa el primitivo Abrigo de la Peña del Cantero, donde en las excavaciones de 1943-1945 se extrajeron unas cerámicas de época bajoimperial romana y donde el montañero y espeleólogo navarro Isaac Santesteban encontró más tarde, en lo más hondo de la espelunca, unas figuras rupestres, antropomorfas y zoomorfas, así como otras esquemáticas, del tiempo del Calcolítico o del Bronce, que, tras la construcción del refugio y otros avatares, desaparecieron. En otro Abrigo cercano, Javier Nuin, que descubrió otra cueva similar en términos de Ciriza, ha estudiado y está estudiando otras figuras esquemáticas similares. Alguien ha llegado a especular con estos Abrigos como posibles recintos eremíticos, numerosos durante la Época Antigua y Alta Edad Media en otros lugares de España, por ejemplo en el cercano Treviño.

Intentamos subir el último y más empinado escalón, mientras baja una familia de Bidaurreta, que nos disuade de la subida al decirles nuestro objetivo. El padre de los chicos sabe bien qué es San Quirico y nos ayuda, junto con con su mujer, a bajar de donde ya habíamos medio subido: el peor trozo de toda la ascensión. Nos indican ahora justo la dirección opuesta. Volvemos a pasar por el Huso y por el Cantero. Vemos en la cima oriental de este un artefacto como de hierro. ¿Qué es eso? ¿Qué va a ser? La enigmática cruz de los cencerros, colocada, como dice el numero grabado en la misma, el año 1728. Ni Marcos Feliú sabía cómo. La cruz fue bajada, reparada y vuelta a subir, los años 1902, 1947 (en una cordada militar) y 1959.

Seguimos en dirección oriental por un sendero, que alguien nos recomienda también para volver. Por fin parece que hemos encontrado el sendero final que nos lleve al santuario. Subimos. El suelo es todo de piedras calizas. Pero aún queda un buen trozo. Nos paramos. Y, tras una penosa decisión, dada la hora y el cansancio personal, y no sin gran disgusto, volvemos por el mismo camino de antes, por más seguro. El descenso es mucho más lento y mucho más fatigoso. A las cuatro llegamos al coche, y,  en el hueco de unas carrascas, donde entra un poco de sol, nos ponemos a almorzar.

Qué alivio…

Alguien, para consolarme, me dirá después que, aunque hubiéramos llegado al lugar deseado, no hubiéramos podido superar la roca de base de la estrecha apertura entre las dos peñas, que lleva al santuario. En las rocas quedan acanaladuras verticales y orificios para el probable encaje de un portón de madera. Pero siento no haber visto los dos tramos de cazoletas o escalones tallados en la roca para subir hasta el posible altar de ofrendas de manjares o sacrificios de animales, a la vez que observatorio y resguardo. ¿Ritual y defensa, a la vez? La peña del Cantero, en esta segunda hipótesis, haría de torre del homenaje. En el lugar, tras la prospección llevada a cabo en los primeros cuarenta por Taracena y Vázquez de Parga, apareció una llave romana y una moneda de la época del emperador Constantino. Asunción sugiere que el altar podía ser la plataforma donde se colocaran los cadáveres de los guerreros -costumbre de otros pueblos celtíberos- para ser devorados por los buitres paisanos, poderosos carnívoros. Todo es posible. En Bombay, hace solo unos años, estuve viendo las terrazas, donde un grupo religioso hindú  exponía los cadáveres de los suyos a las aves rapaces.

Tan estratégico para la defensa le pareció el lugar a un apasionado arqueólogo guipuzcoano, que ha venido defendiendo  el santuario de San Quirico, siguiendo una indicación general de Lacarra, como el célebre castillo de Sajrat Quays de las crónicas árabes, expugnado por las tropas de Abderramán II (843) y Abderrramán III (924). Vete a saber.