Tras varios tiempos de calorazos, vacaciones, ausencias, fiestas, visitas a los principales conjuntos megalíticos navarros y últimas benditas lluvias, reanudamos nuestros viajes por la Navarra celtibérica, partiendo de donde un día dejamos el último castro en el corredor Pamplona-Lumbier. Lo llaman, como en tantos otros sitios, El Castillo, esta vez por la torre defensiva medieval, que surmontó los restos del poblado de la Edad de Hierro y se apropió seguramente de sus materiales supérstites.
Subimos por el camino paralelo al del puente medieval, o puente Grande, por el que se accedía al lugar desde el Camino Aragonés que llega desde Somport, hasta llegar al cementerio, Bien cuidado, está abierto en el flanco sur oriental del poblado antiguo, en uno de sus fosos. Una señora, que trae un ramo de dalias, entra cuando nosotros salimos. Parece que quieran ampliarlo por el lado norte, por las actuales labores de nivelación de tierra. Subimos hasta la cima del promontorio (585-5919 m.), un raso cultivado hasta los años sesenta, todo rodeado de bojeral, sobre el cortado que ha ido haciendo durante siglos el río Elorz.
El cielo azul está limpio, y nos acaricia, insistente, un suave viento frio que corre y vuela a su antojo. Estamos rodeados de montes, con algunos ribetes de nieve, bajo el torreón natural de la Higa, con sus dos tramos de bojes y de encinas, que protege también el solitario y reluciente palacio de Equisoian. Los campos de cereal circundantes verdean ya, verdoyos. Allí lejos, en el último poniente, la bravía sierra de Andía, y la punta de Beriain, o San Donato, todo nieve sobre el Valle de Goñi. El silencio es grande, como si algo grande estuviera a punto de comenzar. Y solo es la vida de la creación.
Recorremos el espacio del poblado, unos 7.000 metros cuadrados, que descubrió Armendáriz, donde encontró cerámicas manufacturadas y torneadas, molinos de mano y mazos de piedra, y en torno a la torre vajilla medieval. No encontró restos de época romana. Es probable que junto a la torre hubiera habido algunas viviendas. No se ven rastros de murallas. Por el norte no se necesitaban. Por el SO corre una cintura de piedra, que hace de defensa natural sobre la pendiente, donde se distinguen bien varios fosos o niveles de protección.
Buen mirador sobre los castros cercanos de El Montico (Idocin) y Castillo de Monreal. Y sobre el lugar de Salinas de Esteribar, antes Salinas cabe Monreal. El nuevo poblado, heredero sin duda de aquel, se alarga paralelo a la carretera. La iglesia gótica de San Miguel Arcángel es lo más primitivo, junto a la pequeña y bonita calle Mayor. El resto de casas se derrama, junto a naves y huertos, en el espacio que va hasta cerca del río. En los extremos O-E se han hecho unas casas nuevas, pero todas se han arreglado.
Después de bajar, vemos abierta la iglesia y nos acercamos. Bello pórtico con bóveda también de crucería y suelo de ruejos. Dos devotas mujeres están desmontando el belén, que ponen todos los años. Se les añade un paisano, que es un auténtico erudito local y nos apunta unas nuevas excursiones por el Valle. Contemplamos el retablo plateresco rural y una talla renacentista en madera policromada de tres figuras ante el Cristo muerto. Dos joyitas.