Todos los pueblos navarros, que comienzan por la palabra latina murus (muro, muralla, fortín) son pueblos que dicen relación a un castro u oppidum (castro fortificado) protohistórico, al que sustituyeron o cerca del cual nacieron. Entre ellos, Muru-Astrain o Asterain, otro fundus (o finca) Asterii o Asteriani, propietario de nombre latino, mutado luego en el sufijo vasco ain. El lugar actual, concejo de la Cendea de Cizur, situado geográficamente en medio de la misma, se asienta en el flanco suroriental del cerro de Sansol (San Zoilo), entre los barrancos Zariquiegui y Zuberri, que desde la sierra del Perdón llevan sus aguas al cercano río Arga. El pueblo ha crecido en los últimos años en una veintena de habitantes, gracias sobre todo a una urbanización triangular, a un tiro de piedra al nordeste del antiguo caserío.
Tras pasar entre varias villas modernas, ajardinadas, atravesamos el centro del lugar, que luce varias casas señoriales blasonadas del siglo XVIII, y desde la robusta torre de la iglesia gótica subimos hasta la ermita de San Zoilo. Con restos aún del primitivo ábside, hoy es el cementerio, en la linea alta del promontorio, entre un rodal de pinos, que, con los cipreses del interior, sostienen la tierra de la pendiente y dan luz verde a los difuntos. El cerro, ovalado (530 m.), que desciende de Oeste a Este, suelo rocoso, con una ligera capa de tierra, antes campo de cereal, es ahora un terreno baldío, donde crece, fuera del camino al camposanto, todo tipo de maleza, en la que predominan los agavanzos o escaramujos (rosal sivestre o rosa canina, con los populares tapaculos) y los cardos borriqueros.
En 1971, el profesor universitario Alejandro Marcos Pou llevó a cabo la primera excavación, que prosiguió, un año más tarde, su discípula, la joven arqueóloga navarra, Amparo Castiella, quien retomó los trabajos, ya con más holgura, los años 1986 y 1987. En la parte más baja y resguardada del cerro encontró un poblado protohistórico reducido: las viviendas tenían un nivel de piedra, que se completaría con probables adobes y techumbres de ramas, como en cualquier poblado celtíbero. En la parte alta del terreno, en los alrededores de lo que hoy es cementerio, descubrió la necrópolis del mismo poblado, con sepulturas de cista y sepulturas de muros, con huesos de mujeres, varones y niños de todas las edades. Javier Armenádriz hizo también prospeccciones en la superficie.
El poblado protohistórico debió de trasladarse, en tiempo del dominio romano, a donde hoy está el pueblo –in planum-, como era habitual, pero más tarde el poblado y la necrópolis prohistóricos fueron de nuevo ocupados en los siglos VII y VIII d. C. Las labores agrícolas desde entonces, en una capa de tierra tan ligera, sobre suelo rocoso, deshicieron buena parte del conjunto protohistórico, romano y miedieval. Tanto en las viviendas como en la necrópolis, excavadas, y sobre todo en esta, se encontraron piezás líticas de sílex, muchísimas piezas de cerámica (vasijas grandes, vasos, escudillas) celtíberas, romanas y manufacturadas (grafitadas en la Edad del Hierro), además de clavos, fragmentos de agujas y fíbulas, un cuchillo o puñalito, un aro, una arandela de cobre, molinos barquiformes, y hasta un esqueleto de caballo con el bocado o freno del mismo.
Desde este nuevo balcón celtíbero -en los castros el dominio de la vista era capital- dominamos toda la Cendea de Cizur, verde hasta las nieblas decembrinas que cubren hoy la sierra de Erreniega. Tenemos, más allá, a tiro de ojo, el pueblecito repoblado de Undiano; nos damos de bruces con el peñascal de Etxauri; más cerca, en el callejón del cierzo, Larraya: su iglesia y su palacio; siempre Olza, el más alto; el cuello alargado de la torrecita de Sagüés…
En el flanco bajo del terraplén dos trozos de muro antiguo, fáciles de ver, podrían ser parte de la muralla oriental, que sería mucho más alta antes de la construcción del templo y de las casas actuales. Pero donde mejor se ven las defensas naturales y artificiales del castro es, justo, en el flanco opuesto occidental, el más alto, que nos recuerda al muro sur del oppidum de Leguin y de otros castrros, como el Castellar de Javier, donde las rocas lisas parecen haber sido cortadas a pico y hasta pulidas por el hombre. Ahí son bien visibles tramos de muralla y el foso, que en otras partes parece haber desaparecido, aunque nosostros nos esforzaremos luego en imaginarlos.
Bajamos hacia pista que rodea por el norte y el noroeste el castro de Sansol, en el término llamado La Nobla, y que pasa bordeando la nueva urbanización. Desde allí creemos ver alguna de las covachas entre las rocas más altas de la ladera septentrional del cerro, donde la imaginación popular puso a vivir a unos paisanos tenidos por brujos, que robaban trigo y soltaban los bueyes del pueblo. Trigo podrían seguir robando hoy, pero bueyes…