Bajamos de la terraza y, siguiendo por el antiguo camino de Cáseda, cruzamos la Pastoriza Baja, la Media y la Alta hasta acercarnos a los edificios de Viscofán. A nuestra derecha vemos el caserío ascendente y descendente de Aibar y algunas caserías, donde antes se vivía en el campo. Volvemos y nos adentramos en la red de huertas de Pastoriza Baja a la que sigue la red de las acequias de riego. Casi todas las huertas, casi siempre árboles frutales, tienen alguna cerca de muros y mayomente de setos o telas metálicas. Tienen, en casos raros, casas hechas y derechas, y, mayormente, casetas, muchas de adobe. Saludamos a uno de los hortelanos que nos explica la obra del canal y el abandono de algunas huertas, cuando llegó la Papelera a Sangüesa y algunos agricultores dejaron el campo. Muchos edificios, no todos, cuentan con energía eléctrica y algunas comodidades.
No encontramos un buen acceso a las orillas del río y seguimos hasta la ermita de N. S. de Nora, donde, junto al famoso canal, y cerca del antiguo batán, podemos comer y dormir placenteramente. Frente al jardín comestible que plantó la ikastola de Sangüesa en el último Nafarroa Oinez, ya un tanto descuidado. Esta ermita fue en tiempos de los carmelitas descalzos con el nombre de Santa Maria del Carmen. Se instalaron aqui hasta inaugurar el nuevo convento intramuros en 1380, si bien continuaron atendièndola después. Entonces tomó el nombre de Nora por la noria próxima al templo. La nueva ermita se construyó con materiales de la anterior en 1694. La rodeó siempre fama de protectora de náufragos en el Aragón, vía almadiera. La riada de septiembe de 1787 se llevó las pinturas que le quedaban.
Por la tarde, partiendo de la carretera de Aibar, tomamos el carretil que lleva a los tres inmuebles R.S.U (Residuos sóiidos urbanos) y, más arriba, al depósito de aguas. Estamos en la cima de El Castellón, cerro de 512 metros, donde se yergue la tradicional estatua del Sagrado Corazón, que bendice a la ciudad, justo en el punto exacto de la calle mayor, que se abre tras el puente. Con el lema: Adveniat Regnun tuum. En la parte delantera de la base se añade una pequeña imagen de la Virgen. Los pinos de repoblación ocupan el resto del monte. Cincuenta años después de la fundación, en 1122, del Burgo Nuevo de Sangüesa por Alfonso el Batallador, el rey Sancho el Sabio fundó en 1171 el Burgo de El Castellón –el pugo del Castellón supra Sancossa-, donde se construyó todo un poblado, con dos iglesias, casa abacial, palacio, un convento de frailes, otro de sorores, plaza del mercado… Pero es aqui donde un historiador sangüesino viene a sacarme de dudas, sospechas y aporías, cuando me escribe que todo esto se refiere al vecino Sos, que todavía era parte de Sangúesa, y donde todo eso tiene asiento y sentido.
En otro puyo cercano más bajo (463 m.), llamado de Santa Margarita por una ermita que sustituyó a la de Santa Bárbara, donde se desconjuraban las tormentas, poblado también de pinos, quedan los restos de lo que fue una fortaleza medieval, una torre de vigilancia, con grandes sillares en la base, en la forma en que quedó en las guerras carlistas como fuerte fusilero liberal, un espacio rectangular, ahora sin cubierta y a la intemperie. Por cierto, en fechas recientes alguien ha celebrado dentro una especie de botellón, por los restos que dejaron y que nadie ha recogido. Juan Cruz Labeaga habla de una posible guarnición romana, lo que otros arqueólogos niegan, y da cuenta de algunas cerámicas campanienses y sigillatas, entre otras muchas medievales, descubiertas en el lado sur del teso, encima de la carretera de Aibar. Hace falta mucha imaginación para imaginarse aqui un castillo medieval con una torre homenaje de veinte ventanas, cuatro torres, dependencias, etc., como detalla una placa conmemorativa, con el fin principal de recordar que todo fue arrasado en 1519. Y una bandera, que no es la oficial de Navarra, ondeando encima de los pobres restos. Pero los autores de la placa y de la bandera se equivocaron de sitio, porque aquí no estuvo ese pintiparado castillo, y sí solo la atalaya medieval, una de las varias que defendían la ciudad.
Como la tarde está tan buena, seguimos, como el río Aragón, hacia occidente. Pasamos por las tierras romanizadas y despobladas de Eslava y Lerga, y superando la cadena montañosa, nos metemos en la Valdorba profunda, por vastas soledades solo decoradas de pinos y enebros, hasta que, por fin, breña va, breña viene, llegamos al deleitoso pueblo de Olleta, entre dos ríos, y con la coqueta iglesia románica de la Asunción, que parece elevarlo todo.