En Los Cascajos y en el Castellón de Sangüesa (I)

 

          Sábado templado de mediados de febrero, tras varios días de lluvia. Buen sol y recio viento cierzo. Llegados a las puertas de Sangüesa, tomamos el antiguo camino de Cáseda o de Pastizales, y, tras pasar cerca de unas láminas de agua, seguimos el ancho y reconstruido acceso -Camino de los Cascajos- que sube al escarpe, donde estuvo el campamento romano, al que nos dirigimos. Pensábamos que esas aguas fueran campos de arroz, pero mi amigo Javier, que fue durante muchos años alcalde de Sangüesa, me dice que son las lagunas de la depuradora biológica de las aguas residuales, construidas durante su mandato.

Al SO de la ciudad, la terraza de los Cascajos -el Cascaíllo del Fuero-Puebla de Sancho el Sabio- es una terraza rectangular, a 400 metros de altitud, propiedad municipal, de 300 m. de largo por 225  de ancho (unos 67. 500 metros cuadrados), encima de una gran viña en espaldera y largos campos de cereal. El triángulo sur occidental de la terraza sirvió en 1982 de  cantera para extracción de áridos y debio de hacer después de basurero  de todo tipo de objetos y hasta de materiales duros de construcción, bien visibles todavía, aunque se haya limpiado lo peor. Quedan sobre el terreno dos enclenques álamos y un desmedrado almendro, al que le han salido algunas flores en las ramas altas. Los desmontes de tierra forman una especie de barrera entre el antiguo basurero y el resto del plano en la parte más cercana a la entrada Para ver bien la terraza tenemos que avanzar hacia el noroeste, hacia el final del campo, único flanco sin defensa natural y, que coincide con el límite del término de Sangüesa con el de Aibar. Es una línea de 300 metros, de norte a sur, bajo la que se ve aún el foso, ya casi colmatado, de la parte más expuesta del campamento. Quedan en  los límites de la finca algunos restos de la muralla con piedras labradas. En el flanco sur, entre la maleza, todavía son visibles las últimas cepas de las últimas viñas posteriores a la filoxera. El resto del plano es un cardedal.

Aqui o en el camino que llega hasta aqui, se encontraron denarios ibéricos de plata, tipo jinete, y ases también ibéricos, acuñados en Tarazona, Ampurias, Cascante…, de los siglos II y I  a. C.. Y abundante cerámica sigillata hispanica, cerámica pigmentada común y cerámica local. De varios colores y formas, con figuras geométricas y decoraciones varias: aves, puntas de flecha, caballos, jinetes, figuras humanas…Se hallaron, además, pesas de telar, aros de vidrio, fragmentos de molino, placa de bronce… El arqueólogo e historiador Juan Cruz Labeaga, siendo coadjutor de Santa María de Sangüesa, fue el principal descubridor de esas piezas, o al que las donaron o, al menos, mostraron los que las descubrieron, porque Labeaga se convirtió durante muchos años en el referente arqueológico de la zona. El autor de la Carta arqueológica del térmimo municipal de Sangüesa, además de sus prospecciones en la civitas romana de Campo Real- Fillera (término fronterizo de Sos del Rey Católico), antiguo poblado de la II Edad de Hierro, descubríó los talleres de sílex en los poblados colindantes de la Edad del Bronce de Mongallés, San Babil, El Sasillo y Valdecomún; los asentamientos romanos de Santa Eulalia, Ribas Altas, Rocaforte, Vadoluengo, Valdeplanzón, y las villas romanas de Fuente Penosa, Linás, Puy de Ull y Viloria (villa aurea). ¿Y no se podría dar cuenta de todos estos hallazgos, casi todos aún sin excavar, en algún lugar público de la ciudad?

Labeaga cree firmemente que Los Cascajos albergó un campamento, no estable, romano, de fecha indeterminada, plantado en un sitio estratégico, frente al paso de todas las rutas, por el Aragón, que fue, como su nombre lo indica, Vadoluengo, lugar histórico donde los haya, y como enclave entre zonas tan romanizadas como Cinco Villas y todo el Este navarro. Algún arqueólogo negó la existencia de  tal campamento por la falta de objetos descubiertos de carácter militar, pero últimamente ha rectificado y ha reconocido un campamento republicano en el lugar, tras encontrar tachuelas de sandalias y otros enseres de procedencia militar.

Estamos aqui rodeados por un perfecto cerco de montes: desde Arangoiti y Sierra de Leire, al nordeste, siguiendo por los montes aragoneses, donde destacan Palango (Lobera) y Selva (Petilla), hasta la Sierra de Peña y  Sierra de San Pedro, al sur. Mirando hacia el oeste, tras el corredor del Aragón, nos damos con  Chucho Alto, Alto de Lerga y Monte Julio, cerrándose el círculo con la Sierra de Izco y el macizo de Olaz, ya cerca de nosotros. Vemos las casas altas de Sangüesa y el hotel Yamaguchi, camino de Javier; las huertas junto al camino; la lejana ermita del Socorro; las caserías de Valdonsella; la atalaya de Cáseda y el pueblo viejo de Gallpienzo siempre rampante.

Delante de nosotros, bajo los sassos y sassillos, se extiende la vega de las huertas sudoccidentales de Sangüesa, en el término histórico de Pastoriza, que riega el Aragón y el viejo canal del Irati, abierto en término de Liédena, a comienzos del XVIII, cuando la mitad de estos terrenos aluviales  era viña, y que  tantos beneficios ha aportado a los regantes, junto a un sin fin de conflictos entre los dos pueblos, además de sufrir múltiples reparaciones. Desfila a su placer el Aragón, señor de vidas y haciendas, pero no tan  tirano desde que pueden controlarlo con el pantano de Yesa. Baja festejado por un arbolado fiel y con el regalo del río Onsella, aragonés también, que viene a la vez bien acompañado. Relucen al sol los plásticos de los invernaderos y, un poco menos, los enlucidos de casas y casetas de las huertas, que son un nuevo poblado, esta vez contemporáneo, pero que viene de siglos, y que ha vivido/sufrido del agua, de sus dones y de sus caprichos.

¡Qué distinto era el paisaje que veían los soldados romanos de Los Cascajos! Pero seguro que los hacía también felices, al menos durante un rato, en días de sol y de recio cierzo como hoy.