Noain, nombre romano por excelencia, ayuntamiento compuesto (8.354 habitantes) y concejo al mismo tiempo, lo tiene todo: acueducto neoclásico; aeropuerto renovado; el río Elorz, que, un día, acaso, podría ser navegable; varias carreteras; vías de tren de viajeros, y una estación de mercancías, tercera terminal de España. Noain tiene también, por si algo le faltaba, un vecino castro prerromano, que visitamos esta tarde, abrileña con sol y cierzo benigno. Partimos de este pueblo-jardín, en que ha devenido Salinas, sede del ayuntamiento de la Cendea de Galar, desde una hilera de casas nuevas, a cuatro aguas, con pequeños jardines a sus puertas. El camino que nos lleva al monte Mendi, graciosa redundancia habitual en muchos pueblos, pasa por encima de las ripas labradas por el río Elorz, camino de su desembocadura en el Arga. Los terrenos aluviales, que seguramente en tiempos anteriores fueron huertas, hoy son campos de cereal o floridos habales. En frente, tenemos la estación de mercancías y, un poco más lejos, el corredor de aeropuerto.
Llegamos pronto a la quebrada, donde el bueno de Joxe Ulibarrena -hablé y discutí mucho con él en su casa-museo de Arteta y en otros sitios- levantó el monumento en memoria de los agramoneses navarros y soldados franceses, vencidos estrepitosamente en la batalla del 21 de junio de 1530 por las tropas castellanas, notablemente vascongadas, y por los beamonteses navarros. Escribí en su su día sobre esta batalla y no es cosa de demorarnos en ella. El patriota (abertzale) vasco que era el peraltés quiso simbolizar al nabarro independiente-independentista y luchador con una estatua gigantesca y una espada en la mano mirando al viejo escenario de batalla. Los materiales son frágiles; la infaestructura, débil, y la conservación muy deficiente. Las leyendas, inscripciones y apuntes de las columnas y del techo bajo de de la plataforma principal -donde se suceden los nombres de Carlos V, Loyola, Julio II, los Reyes Católicos, el Prncipe de Viana…, un despropósito.
Pero dejamos el siglo XVI y seguimos subiendo… hasta la Edadd del Hierro y más lejos todavía, en busca del castro prerromano. Como toda esta parte del cerro amesetado es un vasto campo de trigo en herbal, vamos por las orillas de la pieza o aprovechando los surcos del tractor, donde apenas crece el cereal. Lo descubrió en los años ochenta José Antonio Borja y lo excvavó someramente Amparo Castiella para constatar que el fondo arqueológico estaba totalmente destruido por el continuo laboreo de la tierra o los habituales expolios de piedra para nuevas construcciones. En su espacio se encontraron, dispersas, cerámicas manufacturadas y torneadas celtibéricas, canas de piedra, molinos de mano, un fragmento de pulsera en carbón fósil, fragmento de terra sigillata hispánica, y… vestigios de industrias muy anteriores, del Paleolítico Inferior o Medio. Lo que muestra la pervivencia del poblado durantes miles de años. No sabemos ccuándo dejó de existir. Probablemente, tras la llegada de los romanos, sus habitantes bajaron a vivir a la Cuenca o, quien sabe, se añadieron a los paisanos de Pompelo.
Todo lo que vemos o intuimos son tres niveles de bancales, o fosos, en la ladera occidental y en la cumbre un talud artificial, que esconde tal vez fragmentos de la muralla primitiva. Pero, a falta de evidencias, bastan los indicios y los recuerdos. Y esta espléndida vista de la Cuenca de Pamplona desde el sur y del Somontano verde del Perdón, amarilleado por la colza abrileña.