Mosteiro da Batalha
Contemplando el sublime Monasterio de Batalha,
y ahora que hablo en términos abstractos,
casi puedo decir que ¡Bendita Aljubarrota,
4 de agosto de 1385,
entre las tropas de don Joâo, Maese de Avis, y de Juan I de Castilla,
por la herencia sustanciosa del rey don Fernando,
que era el reino florido del bello Portugal!
Ya sé que no hay victoria verdadera,
si muere un solo hombre injustamente,
ni siquiera aunque el templo votivo
lleve el nombre de Santa María da Vitôria,
dure casi dos siglos
y vea morir a los quince mejores arquitectos del país.
Bendita, en cualquier caso,
esta joya manuelina;
panteón nacional;
patrimonio universal;
este bosque incomparable de gótico radiante,
de gótico flamígero,
de gótico celeste;
este palmeral de gloriosas esculturas;
esta nueva, espejeante, ciudad de Dios
de jardines vegetales,
de puertas y de tímpanos,
de claustros y de naves,
de arcos y de ojivas,
de columnas, capiteles,
contrafuertes, arbotantes,
bóvedas y cúpulas,
doseles y pináculos,
torres y campanarios,
para gloria de Dios en el cielo y en la tierra,
del genio de Portugal,
y de una nueva ciudad terrestre y cotidiana
a sus pies,
con el nombre de Batalha.