En Roncal, «pueblo bonito» de España (y II)

 

          Al regreso de Isaba, intentamos subir hasta la parte más alta de Urzainqui, pero desde la calle del barrio alto no pudimos subir más, por estar cerrado el acceso. Bella vista sobre el Esca y uno de sus recios afluentes. Seguimos hasta Roncal, capital del Valle, que está en trance de convertirse en uno de los pueblos más bonitos de España, lo que ya ha conseguido Ujué. No lo he visto bien desde que lo vi hace muchos años, acompañado por el alcalde y a la vez maestro de la villa. Dejamos el coche al otro lado del río, en el barrio oriental de San Juan, junto a las casas uniformadas de los camineros. No sé qué va a ser de los terrenos de la antigua piscifactoría, pero podrían convertirse en un buen parque, ampliando el pequeño contiguo actual. Subimos al casco viejo por una calle empinada -todas lo son-, al este de la villa. Lo duros que tuvieron que ser los trabajos de la conducción de aguas de boca y de aguas residuales, asi como el enterramiento del cableado de la luz y del  teléfono debajo de este perfecto empedrado con cantos rodados, sólo puede bien imaginar quien pise durante un buen rato el suelo de un pueblo como este y compare sus ventajas con sus desventajas. Al final de la calle, tras superar una gran escalinata, en la cima de la colina, llegamos la majestuosa iglesia parroquial de san Esteban, del siglo XVI. El pórtico, espacio rectangular con tres tramos y tres tramos de bóveda, y grandes arcadas, apoyadas en grandes contrafuertes, dado el desnivel del terreno, es en su parte exterior un balcón volcado hacia el caserío. La torre, prismática, rematada por una pequeña claraboya o tragaluz, se eleva sobre la mitad del segundo tramo de la nave, al lado de la Epistola.

Desde este balcón, en medio de un cerco alto de montes pinosos, Roncal es un poblado apegado a una colina, y extendido parcialmente a sus pies, regado tangencialmente por el río Esca, al que sigue la carretera, de norte a sur en la parte llana, y hendido en el barrio alto de Arana por la regata de Ibarra, flanqueada por huertas, muy mustias en este momento, y encauzada bajo tierra hasta que se pierde en el Esca. El término de Roncal tiene la figura de una bota, con la planta del pie hacia oriente. El casco histórico se divide en cuatro barrios: Arana (el valle), alrededor de la iglesia y todo el área noroocidental; Iriartea (entre el pueblo), en la parte intermedia; Iriondoa (junto al pueblo), en la parte baja, y el barrio del Castillo, en el extremo suroeste, bajo la ermita de la Virgen del Castillo, también de siglo XVI, recuerdo de una vieja fortificación, con varias hiladas de  casas nuevas.

Los tres primeros barrios están unidos por una red de calles y callejos que suben y bajan, con casas de dos alturas, de muros de sillarejo y sillares en vanos y esquinas, abiertas en puertas de medio punto o ligeramente apuntado. En varios tejados apuntan algunas chimeneas cilíndricas de tipo pirenaico. Bajando desde el atrio por el barrio de Arana, encontramos un bloque cúbico de tres cuerpos, llamado casa Lopéz (Agustín Fermín López, 1777), ahora en venta. El piso inferior se abre a modo de pórtico con dos arcos de medio punto sobre pilares y balaustrada, dentro del cual está la portada de la mansión, con la rosca del arco decorada con rocalla  En el tercer piso del flanco sur se abre un largo balcón de madera, y en el flanco occidental un escudo rococó, con las armas del Valle en el campo: cabeza de rey sobre puente y roquedo. Esta cabeza de rey (moro) viene de las batallas legendarias de Olast y Ocharán, en las que los roncaleses habrían vencido al ejercito musumán en los comienzos de la Reconquista; ¡leyendas que ayudaron al Valle a conseguir de los reyes navarros el privilegio de la hidalguía y la libertad de los ganados de pastar en las Bardenas Reales!

En el barrio de Iriartea destaca casa Gambra, de dos cuerpos, también del siglo XVIII y escudo con las armas de la villa. Y en Iriondoa, casa Sanz Orrio –restaurada en 1782 por un oídor de la Real Chancillería de Cartagena de Indias-, de tres cuerpos, palacio igualmente barroco sobre todo en la portada, con baquetón de orejeras en el dintel, dos columnas de fuste liso y capitel compuesto, y en la clave la inscripción Ave María Pura. Pero en los tres barrios se conservan aqui y allí casas menos pretenciosas, con arcos de entrada, ventanas geminadas y anagramas de Cristo en la clave, todo propio del siglo XVI. Por ejemplo en Puerta Zabalea, graciosa plazuela irregular en Iriondoa, vemos tres de ellas. En las ventanas y balcones de casi todas las casas, se helaron, estos días pasados, las yedras y los geranios que las alegraban. En muchas puertas aparecen los amuletos de cardos solares –eguzki lore-, naturales o esculpidos en madera.

No vamos a la casa natal de Gayarre, mandada construir por el artista en 1879 en el solar de la natal, en el barrio de Arana, y sede del Museo, porque ya la vimos otras veces, ni, por la misma razón, visitamos el Roncal monumental décimonónico, regalo del tenor -Casa del Valle (donde un día nos recibieron solemnemente al presidente del Parlamento de Cataluña y al de Navarra), Escuela Pública (hoy, Instituto), y Frontón-. Salimos a la calle principal, que es la carretera, sin aceras, claro, a un lado y al otro, lo que la hace en verdad peligrosa, sobre todo a últimas horas de la tarde.

Sí, Roncal, el pueblo del músico Sebastián de Albero, y del escultor Fructuoso Orduna, es un pueblo bonito, digno de figurar entre los más bonitos de España. No de los más cómodos, la verdad, al igual que otros muchos. Ojalá que la concesión de tal honor ayude a las autoridades competentes a hacer lo posible por unir la belleza con la mayor seguridad.