Hace muchos años que, la tarde-noche del 25 de diciembre, damos un paseo por Tajonar, el concejo del Valle de Aranguren cercano a uno de nuestros paseos cortos habituales, el crestón de la sierra de Tajonar, durante todo el año. Cercano también al monte Gaztelu que, como su nombre apunta, albergó un castro celtíibérico, hoy cubierto de pinos. No recuerdo cómo comenzó esta costumbre, tal vez a la vuelta tardía de uno de ellos, cuando el poblado parecía un gran belén con las luces ya encendidas y las estrellas se asomaban ya en el alto cielo.
Tajonar fue en tiempos un lugar de señorío, que fueron ocupando algunos apellidos ilustres como los Ezpeleta o Beaumont, la catedral de Pampona, el monasterio de Leire o los Hospitalarios de San Juan. Hoy es uno de los pueblecitos más cuidados y elegantes de los alrededores de Pamplona, que cuenta también en sus proximidades con el polígono industrial Berroa. Solemos comenzar el recorrido desde el punto más alto, donde se plantó a comienzos del XIII la iglesia gótica de San Emeterio y San Celedonio, ampliada en el siglo XVI, con un pequeño atrio interior y otro exterior con árboles plataneros, y la torre iluminada. Por cualquier parte que bajemos, dejando al restauraante y su jardín en medio, nos encontramos en seguida -calles Mayor, San Emeterio, San Celedonio, La Fuente, Nueva…- con casas del siglo XVI y XVII: fachadas en pura piedra, con puertas doveladas y arco apuntado, escudos cuartelados en clave y ventanas geminadas. Algunas casas más sencillas, además de sacar a relucir su piedra, han añadido pequeñas ventanas con regulares contraventanas en juego. En lo que fue un día orilla de la carretera, se asienta en forma de bloque horizontal un palacio del siglo XVI, de muros lisos de sillarejo, y sobre la puerta una ventana geminada de arcos conopiales y mainel partido. Varias casas de factura muy moderna se reparten por el centro y las extremidades del casco antiguo, sn contar las hiladas de viviendas de las nuevas urbanizaciones, con grandes jardines, que rodean el pueblo por el este, el oeste y el sur, hasta llegar a los restos del acueducto de Noain.
Casi todas las casas antiguas tienen un huerto con verduras, higueras y otros árboles frutales, y una de ellas hasta una palmera. Este año, hace una tarde-noche tan buena, que tres chicos y una chica juegan con un balón en la plaza mayor y vemos a otras dos jóvenes que sacan a pasear sus perros. Vemos también menos iluminaciones en balcones y ventanas, dentro de la poca costumbre que hay en Navarra de estas cosas, tan abundantes en otras partes de Europa. Pero las sustituye bien la estrellita de Belén brillante desde el frontón, en la zona deportiva meridional del pueblo, junto a la fuente gótica con forma de tienda de campaña y cubierta a dos aguas.
Como todos los años, pasamos junto a una casa exenta, en la parte sur del casco, donde ponían un belén elemental en el huerto anejo, mientras unas tallas de Olentzero y de un búho vigilaban desde el primer piso. Han cercado en el últmo año el huerto, pero han puesto un Misterio precioso cerca de la puerta de la casa, dentro un hueco hecho con cepas de viña.
Esta tarde-noche, son muchas las estrellas que se asoman sobre Tajonar. Sólo falta un poco de frío.