Mc 11, 1-11; Mt 21, 1-11; Lc 19, 28-38; Jn 12, 12-16
Al acercarse Jesús a la ciudad santa de Jerusalén,
próxima ya la Pascua,
y horas antes de expulsar los mercaderes del Templo,
recordó los versos del profeta Zacarías,
sobre la llegada a Israel del Mesías de Dios:
–Exulta sin freno, Sión,
Jerusalén, grita de gozo.
Que viene a ti tu Rey
justo y victorioso,
humilde y montado en un asno,
en una cria de asna.
Cerca ya de Betfagé y de Betania,
al pie del monte de los Olivos,
mandó a dos de sus discípulos
alquilar un borrico.
Echaron en él sus mantos
y en él se sentó Jesús
camino del Templo.
Discípulos, amigos,
y gente, muy numerosa, venida a la Fiesta,
que había oído hablar de él,
echaban sus mantos a su paso
Otros cortaban ramas de los árboles.
Y todos cantaban los versos del salmo 118,
el salmo de la Fiesta de las Tiendas:
–¡Hosanna (Salve)
Bendito el que viene en nombre del Señor.
Bendito el reino que viene
de nuestro padre David.
Hosanna en las alturas.
(…)
Cerrad la procesión con ramos en la mano.
Hosanna!
-¿Quién es este? –algunos preguntaban-
Y otros respondían:
–Este es el profeta Jesús de Nazaret, de Galilea.
Jesús seguía recordando los versos del profeta Zacarías:
–Suprimirá los carros de Efraín
y los caballos de Jerusalén.
Será suprimido el arco guerrero
y el proclamará la paz de las naciones.
Su dominio alcanzará de mar a mar
desde el Río al confín de la Tierra.
Y entró en el Templo de Jersalén,
y tras observar todo en derredor,
siendo ya tarde,
salió con los Doce hacia Betania.