Desde El Cerco de Aibar, pensando dirigirnos poco después al castro local Vuelta de Valcirama, que aparece en Armendáriz como un espigón fluvial, nos pareció ver, delante de nosotros, no lejos del pueblo, el objetivo que buscábamos. Y allá que nos fuimos. Pasada una granja, bien cercada, subimos por el flanco sur, atravesando unos bancales con olivos y árboles frutales, a los que seguía un terreno horizontal baldío. Llegados a la cima, encontramos un derrumbe de piedras en torno a un rodal de coscojas, que nos pareció parte de la muralla que defendía el flanco norte del oppidum. La verdad es que por el este y el oeste tenía el cerro todas las pintas de poder haber sido un poblado celtíbero. El cierzo no nos dejaba casi oírnos y teníamos que andar despacio.
Pero nos fallaban otras características del supuesto castro: la altura, la superficie, la distancia al castro anterior, los dos regatos… Llegados a casa, y estudiados los mapas, vimos con claridad que, aunque el cerro que recorrimos hubiera podido ser un castro, no era precisamente aquel que buscábamos. Así que, pasados quince días, porque el sábado siguiente hizo un calor sofocante, impropio de mayo, decidimos, cuando los alcaceres de la Cuenca ya estaban ceriondos, dar por fin con Valcirama. Antes de llegar al caserío de Aibar, tomamos un camino que lleva a Lumbier, y en la cordiline que corre a la espalda de la que sostiene al pueblo de los Arbeloa, al otro lado del valle corredor que une el área de Sangüesa y el valle del Cidacos, damos con la elevada superficie de 12.000 metros cuadrados, con una altura maxima 567 metros, a 2´1 km del castro visitado El Cerco de San Roque, y entre los regatos Los Valles y La Cueva, por los que corre el agua entre juncos, carrizos y espadañales. Allí está el espigón interfluvial verdadero, con grandes peñascos en el vértice sur y en todos los lados del triángulo orográfico que lo hacían inexpugnable. Cantera un día de piedra y terreno de uso agrícola, lo más notado y notable es el talud artificial de flanco norte. En su ámbito se descubrieron cerámicas celtíberas del Hierro y, del período romano, cerámica sigillata y fragmentos de tinajas (dolia) romanas.
Al oeste del castro, regado por el barranco, hubo un día una gran huerta con nogales, cerezos, ciruelos, manzanos… hoy en pleno abandono, y en la parte septentrional de la finca, permanece, inservible y enigmática, una gran estructura cuadrada, oscura y techada, de hormigón, seguida de una gran cavidad en tierra, lo que parece un doble depósito de agua.
Aprieta ya este sol omnipoderoso de finales de mayo y ponemos rumbo al castro y ciudad romana de Filera, en la raya divisoria entre Navarra y Aragón.