Entre el poder y la autoridad

Que la Iglesia de España haya perdido poder es algo indiscutido, y positivo a la vez, a tenor de los criterios del Vaticano II y sobre todo del Evangelio. Que haya sido voluntaria o involuntariamente, con ser importante, no es lo principal. Dejemos a la historia y a la sociología ese análisis. Que  esa misma Iglesia haya perdido autoridad, en el sentido de la autoridad que se reconocía a Jesús de Nazaret, es mucho más grave. ¿Estorban hoy los valores cristianos y no sólo la Iglesia concreta? Algunos así lo afirman, cuando subrayan que la fraternidad se ha vuelto solidaridad, el amor se degrada en sexo o, a lo más, en caridad sin justicia -al revés de lo que significa hoy la institución Cáritas-, y desaparecen o se desprecian valores como la humildad, el perdón, la castidad, y hasta la moral, junto al metasigno de la cruz. No estoy de acuerdo con estos profetas de calamidades, y, en en todo caso, tendríamos que distinguir mucho. Vivimos en un momento que exige reflexión, también autocrítica, sin la cual toda crítica es estéril, y acción evangelizadora, pero a tono con nuestro espacio y nuestro tiempo. Las palabras y la vida de Jesús, a quien cada día vamos conociendo mejor, no coinciden, por desgracia, con las de los cardenales  y papas del Renacimiento, ni con las de muchos progresistas a la violeta del siglo XXI, pongo por caso. Si esa vida admirable la continuáramos en nuestras vidas, personal y colectivamente,  nos importaría poco si tenemos mas o menos poder y tendríamos seguramente mucha mayor autoridad, al menos delante de todos los que buscan, de un modo u otro, el reino de Dios. Y  entonces alguien de entre ese más de la mitad de los menores de 35 años que, según el último informe del Instituto francés Ifop, opinan  en España que el cristianismo no tiene nada que decir a la sociedad actual, podría cambiar de opinión.