El Museo Bellas Artes, de Bilbao, es uno de los primeros de España por su colección permanente y por sus colecciones temporales. Acabo de ver en él dos exposiciones. Una, traída por la Obra Social de la Fundación «la Caixa», comprende una buena parte de la colección Jean Planque (1910-1998), pintor y músico suizo, asesor de la galería Beyeler de Basilea, que coleccionó muchas obras de sus amigos y admirados artistas, comenzando por su modelo absoluto, Cezanne. Otro amigo, Jean Dubouffet, muchas de cuyas materiologías se exponen aqui (¡esa impresionante Vuelta a casa!), y a quien Planque decía deberle todo, le hizo conocer y apreciar el art brut, o arte sucio (insolente, cómico, espontáneo) de su tiempo, y hacerse con un buen número de obras de tales autores. Y así podemos ver en esta sorprendente muestra, que incluye una breve película sobre el coleccionista y su concepción de la pintura, obras de pintores poco conocidos y de difícil encuentro: Nicolas de Stael, Roger Bissiere (predilecto de Planque), Francisco Toledo, Fermín Aguayo, Kosta Alex, Michaux…, junto a otros más habituales, como Tapies, el ahora fallecido Palazuelo (con dos dibujos), Leger, Delaunay, Laurens, Degas, Gris, muchos Picasso, con esa capacidad singular de recrear y reinventar sin tregua, que Planque admiraba en el genio malagueño. En el piso segundo de la sección contemporánea me aguardaba una exposición de carteles, dibujos, retratos y pinturas de Nicolás Martínez Ortiz (Bilbao, 1909 – Madrid, 1999), pintor costumbrista vasco, a la manera de los hermanos Arrúe y Arteta, y fino dibujante y cartelista (lo mismo para los billetes del Banco España, emitidos por el Gobierno autonómico vasco en 1936-37 que para las fiestas de Bilbao de la posguerra o la Vuelta Ciclista a España), y pintor colorista e idealista en sus últimos años.- Planque solía decir que amaba más los cuadros que la vida, que es mucho decir. El cuadro era para él un lenguaje aparte, fruto de la visión y de la expresión. Una pasión que le desbordaba. Y, eso sí, si a la primera mirada el cuadro no entraba en el observador, ya no le entraría nunca, sostenía convencido.