¿Quién se acuerda en estos tiempos y por estos lares de aquel profeta singular que se llamó Emmanuel Mounier y que inspiró tan intensamente nuestra juventud? Cualquiera que sea el lado al que nos volvamos en el universo del capitalismo moderno, sólo vemos, fuera de soluciones técnicas dispersas, error y corrupción. (…) No se consigue nada con una crítica del capitalismo que deje intactos esos principios. Y frente a la superstición de la mano invisible del mercado, advierte el escritor cristiano francés: En primer lugar, pongamos de relieve el principio metafísico del optimismo liberal subyacente a todo el sistema. Se piensa que las libertades humanas abandonadas a ellas mismas establecen espontáneamente la armonía. Pero la experiencia ha demostrado que la libertad sin disciplina deja el campo a los determinismos del mal, en los que los más fuertes desposeen y oprimen a los más débiles. Y de ese error radical derivan tres principios inmorales que llevan a diversas formas de corrupción; primacía de la producción sobre el hombre; primacía del dinero sobre el trabajo, y primacía del provecho monetario sobre cualquier otra consideración.- Habrá que volver sobre ellos.