Uno de los muchos placeres que vivimos los internautas activos es el intercambio continuo de los llamados power points (no sé todavía cómo podríamos llamarlos en español). Recibimos y enviamos centenares de ellos al año -muchos muy buenos, algunos verdaderas obras maestras-, de todo tipo y factura: geográficos, botánicos, religiosos, históricos, políticos, artísticos, humorísticos… Resumo uno de los últimos. Es el caso sucedido a Doug Henning, una de las grandes estrellas de la magia del siglo pasado. Actuaba para un grupo de esquimales canadienses, a quince grados bajo cero. Les puso delante los mejores juegos de magia que él sabía: la bola zombi flotando en el espacio, la aparición de palomas, la desaparición del conejo… Y nada: sus espectadores, sentados en el suelo, ni sonreían, ni se reían, ni aplaudían. ¿Magia? «Es magia -le dijeron- la nieve, donde todos los cristales son distintos. Magia, cuando las flores aparecen en primavera, que vienen de la nada. O la bola flotando en el cielo todos los días, que da calor y luz… Eso es magia«. Y, después de un rato, tras una consulta con su gente, el portavoz de todos ellos, queriendo ser un poco más positivo y agradecido al artista: «Ya sabemos por qué haces esas cosas: porque tu gente ha olvidado la magia; lo estás haciendo para recordarles qué es la magia. ¡Bien hecho!«. Henning se echó a llorar. Les agradeció esa lección y, muchos años después, afirmaba que era ésa la experiencia más memorable de su vida, gracias a la cual se convirtió en mago.