Estado político de Navarra

 

             El debate sobre el estado de Navarra tuvo su prólogo en la protesta airada de la policía foral, a pie de calle, pidiendo la división de la presidente del Gobierno y pidiendo al vicepresidente del mismo, Javier Remírez, que se ponga a trabajar. La cosa continuó con un largo discurso de María Chivite que, tras citar mal a San Agustín -con el que no debe de tener mucho trato-, fue aplaudida solo por los suyos, entre los que no se encuentran siquiera los consejeros de otros partido que no sea  el PSN. El único elogio que recibió fue el de su silvestre portavoz, Ramón Alzórriz, que se contentó con llamarla dialogante, tolerante, muy ribera y muy navarra, piropos que le deben de parecer los más sublimes. BILDU, haciéndose el zorro en todo lo demás, definió su propio pacto con el PSN sobre medidas fiscales de cortoplacista. GEROA BAI, además de refregarle por la cara el desmesurado retraso en las listas de espera, le echó en rostro el temor a defender el autogobierno allí donde se lo ponen incómodo, hurtando al Parlamento la capacidad de decidir el convenio económico. Otro socio del Gobiermo, el declinante PODEMOS, como para despedirse de la Cámara, amén de lamentar la ayuda de los navarros a Ucrania, lamentó también  el número de desmanes ibéricos que morirían en caso de que el TAV fuera por Ezkio. Y ya, para terminar, el socio de investidura, I-E, no aprobó siquiera la gestión del Gobierno, al que en su día votó.

Al terminar la performance foral, la policía foral estaba allí.