Según el economista norteamericano y experto en crecimiento económico a largo plazo, Robert Gordon, las tres revoluciones económicas más significativas de la historia fueron: la industrial que nos trajo la máquina de vapor (1750-1830); la que produjo la electricidad, la química y el motor de combustión (1870-1900), y la de la informática, que empieza en 1960 y se extiende hasta hoy. Fue la segunda la que más cambió nuestras vidas, y el período 1890-1972, el momento en que la humanidad alcanzó la cumbre de su productividad. Seguimos viviendo de ella. Recordemos, con todo, que el Imperio Romano en Occidente fue decayendo durante cuatro siglos, y que el mismo Imperio en Oriente duró mil años más. Mientras tanto, algunos autores se dedican a presentarnos a maestros de moral, que se hicieron famososos durante períodos de decadencia, desde Séneca a Dostoievsky, para que nos sirvan de consuelo.
En todo el mundo progresistas y conservadores se van alejando. Ya no son adversarios, sino enemigos. Cada vez más la violencia aparece como medio aceptado de política activa en muchos países, comenzando por los Estados Unidos de América. Y se acentúa en el mundo la represión política. Después de varios años de relativa calma y de la desaparición de las últimas guerras en el mundo, vuelve la intolerancia máxima en la India, Tailandia, Myanmar, Turquía, Brasil o Zambia, que albergan al 30% de la población mundial. Solo 37 países pasan como seguros para los visitantes extranjeros, cuando hace 15 años eran 45.
Entre las muestras de decadencias moral actual, cuyo comienzo suele situarse en USA en los años setenta del siglo pasado, sobresale la ideologización exasperada de las clases dirigentes que, perdido el sentido de transcendencia de Dios y de la Patria, han transferido la antigua religiosidad al campo pragmático de la política y de las relaciones sociales, polarizando la vida pública hasta extremos inverosímiles, buscando inútilmente en ese extravío el sentido último de sus vidas. Se vuelve a las guerras de religión, de religión política, convirtiendo la política en nuevo campo de Agramante, donde los contendientes no se hablan, no se respetan, no se toleran. Y para ello traen a colación ciertas encuestas, especialmente en Estados Unidos de América, donde las encuestas rigen la vida más todavía que los referéndums en Suiza. Así por ejemplo, en la América de 1960, solo el 4% de los votantes demócratas y el 5% de los republicanos afirmaban que se sentirían molestos si su hijo o hija se casara con un simpatizante del partido contrario. Hoy son el 33% de votantes demócratas y el 49 % de republicanos quienes serían infelices si eso ocurriera. Las encuestas son reveladoras en este tipo de actitudes y conductas morales. Y es fácil extrapolar sus resultados de Estados Unidos de América a Países donde la vida pública y política es mucho menos serena y equilibrada que allí, y donde no existen encuestas. Aunque, tras el mandato de Trump y su trágico final, no hacen falta muchas. Lo que confirma los negativos pronósticos de los teóricos de la decadencia.