En Navarra los inviernos son largos, las primaveras cortas, los días de sol raros en abril y mayo, y junio suele ser el verdadero mes de las flores. Por eso esperamos y gozamos tanto en este tiempo nuboso los días de sol.
Durante siglos y siglos el sol, desnudo o ennubecido, discoidal o arrebolado, se miró y remiró en todas las charcas, lagunas, lagos, ríos y mares, que se asentaron, por poco o mucho tiempo, en las tierras que hoy llamamos de Navarra.
En el silencio lírico-mágico de amaneceres y atardeceres, el hermano Sol y la hermana Tierra de nuestro imaginario cristiano vuelven a recordarnos el imaginario mítico-demiúrgico-politeista de los pueblos más antiguos del planeta.
De los primeros hombres, probablemente de entre los estudiados en el célebre yacimiento de Atapuerca (Burgos), que aquí vieron, y tal vez adoraron, a este mismo padre Sol sobre esta misma madre Tierra
Vestido de esplendor y majestad,
arropado de luz como de un manto,
Tú despliegas los cielos lo mismo que una tienda,
levantas sobre las aguas tus altas moradas.
(…}
Tomas por mensajeros a los vientos,
a las llamas del fuego por ministros.