Fue una pena que el filósofo y político italiano (dos veces acalde de Venecia), Massimo Caccari, aquejado de Covid, no pudiera estar entre nosotros, y solo nos aleccionara, con su pasión irreprimible, desde la pantalla. Su conferencia se titulaba con el equívoco señuelo de ¿Europa todavía?, sin que sepamos ni el origen ni el porqué del mismo.
Por fortuna el co-dialogante de Cacciari fue esta vez el juicioso filósofo español, Francisco Jarauta (Murcia, 1941), que en todo momento se mostró un europeísta cabal, aunque crítico, que planteó la cuestión del liderazgo europeo en el actual estado de guerra. Cacciari habló larga e intensamente sobre la destrucción de la idea, un día boyante, de la casa común europea, proyecto abandonado por las políticas pragmáticas de la Comisión, por el surgimiento de la derecha populista europea, resultado de la actuación de la izquierda, y por el debilitamiento del eje Alemania-Francia.
Para entender el énfasis de filósofo véneto (Venecia siempre fue punto de enlace con el Oriente) sobre la casa común europea, hay que recordar sus ensayos históricos sobre la Europa alargada que soñaron filósofos europeos como Nicolás de Cusa o Ramon Lull; sobre la solidaridad y subsidiaridad -¡tan repetidas aqui también!- en el ensayo escrito conjuntamente con el cardenal de Milán, el jesuita Martini, y toda una intensa obra sobre los principios de esa Europa necesaria para alcanzar un nuevo equilibrio internacional: Ninguna otra podrá desempeñar el papel dialógico y la responsabilidad inmensa que tenemos, pero para ello hay que reforzar la unidad. Es muy de notar que remembró varias veces la voluntad de la Santa Sede por la Rusia post soviética, sus visitas a Moscú, la invitación al Patriarca Ortodoxo para visitar Roma…
Al hablar del fracaso de la casa común de esa Europa, que debiera haber convencido a Rusia y a todo su entorno de que Europa era suya, Cacciari, si bien achacó a esta, como hemos visto, la pérdida de auctoritas, echó sobre la Rusia de Putin la máxima responsasbilidad del estado actual de cosas, al moverse solo en los parámetros obsoletos del imperialismo, el centralismo y la antidemocracia. No entendimos muchos, la verdad, la pregunta que hizo entonces Ramón Andrés sobre el ensimismamiento de Europa (ya mentado en la conferencia anterior), sobre su sueño de grandeza, su fábrica de nihilismo (sic) y su utopía, que la tenían inoperante y acorralada. Menos mal que el italiano reaccionó pronto a uno de esos extremos y respondió de inmediato que las utopías europeas siempre fueron reales, lo mismo en Moro que en Saint Simon, con proyectos que siempre mostraban confianza en las capacidades de asimilación de Europa.
Acabada la idea de Europa como potencia hegemónica tras la Segunda Guerra Mundial, las actuales potencias económicas, tecnológicas y científicas no saben ni sabrán construir esa gran República universal que el mundo necesita. En este punto, Jarauta aludió a las grandes corporaciones que son los grandes poderes de hoy, no constituidos de forma democrática, sin que haya sujeto alguno capaz de abordar esta complejidad. Pero Cacciari todavía defendió la singularidad europea a la hora de pensar en el futuro una posibilidad de relación con Rusia y otros países orientales. Una Europa del diálogo, que hace posible que se multipliquen los archipiélagos, pero dentro de un mismo mar.