El evangelio de Marcos, el primero de todos en el tiempo, termina con las palabras del ángel del Señor a las mujeres que han ido al sepulcro: Decid a sus discípulos y a Pedro que os precede a Galilea (Mc 16, 6). Después se añadieron varias escenas pascuales (16, 9-20), con motivos cercanos a los del resto de los evangelios. La explicación del texo primitivo es que para Marcos la pascua de Jesús no es un capítulo más dentro de su libro. Todo su evangelio es un testimonio pascual, experiencia de resurrección. La autoridad salvadora de Jesús es la del Cristo resucitado, el Hijo querido de Dios. Son escenas especiamente pascuales: las tempestades calmadas (cap. 4, 6 y 8); las multiplicaciones de alimentos (cap. 6, 8 y 14), o la transfiguracón (9 2-13).
Algo parecido ocurre con el evangelio de Juan. Todo en él es testimonio pascual. El Jesús que actúa es el mismo Señor resucitado, que tiene poder, que sabe y manifiesta los más altos misterios. Sólo en perspectiva pascual pueden entenderse episodios como las Bodas de Caná (vino viejo – vino nuevo: paso de la antigua a la nueva Alianza), la resurrección de Lázaro o la unción de Betania. Aunque al final de su evangelio introduce unos capítulos pascuales, estrictamente dichos, a la manera de Lucas, a los que un nuevo redactor añadió dos nuevas narraciones, aprovechando tradiciones anteriores de la comunidad cristiana de Jerusalén, sobre la figura de Pedro y la del discípulo amado, que no tiene por qué ser el hijo del Zebedeo.