El pasado 7 de mayo de 2008, el fotógrado y periodista Gervasio Sánchez subió a recoger uno de los premios Ortega y Gasset que otorga el diario El País, ante una nutrida y selecta asistencia y en presencia de altas autoriddaes políticas de muy varia condición. Era un hombre de la casa y en ese diario había publicado anteriormente sus mejores trabajos llevados a cabo en los infiernoas de medio mundo, sobre todo en Hispanoamérica y en Bosnia. ¿Qué pasó entonces para que su discurso fuera después condenado al ostracismo y al olvido de toda la prensa? Gervasio Sánhez pronunció un beve pero estremecedor discurso hablando de sus experiencias en medio de las guerras y sobre todo en medio de los campos mortíferos sembrados de minas. Padre de un hijo propio y de cuatro hijos adoptivos, víctimas de las minas antipersonas, entre ellas una niña colombiana ciega, sus palabras eran cuchillos afilados que abrían las carnes de la emoción provisional, de la voluntad cansada y de la cómoda razón de la mayoría de sus oyentes. Pero todo hubiera sido muy hermoso y muy gratificante, si el avezado y concienzudo fotógrafo y periodista Sánchez no hubiera dicho estas últimas palabras: Es verdad que todos los gobiernos españoles, desde el inicio de la transición, encabezados por los presidentes (aqui los nombres de los cuatro) permitieron y permiten las ventas de armas españolas a países con conflictos internos o guerras abiertas. Es verdad que en la anterrior legislatura se ha duplicado la venta de armas españolas al mismo tiempo que el presidente incidía en su mensaje contra la guerra y que hoy fabricamos cuatro tipos distintos de bombas de racimo cuyo comportamiento en el terreno es similar al de las minas antipersonas. Pero, como Martín Luther King, me quiero negar a creer que el banco de la justicia está en quiebra, y, como él, yo también tengo un sueño: que, por fin, un presidente de un gobierno español tenga las agallas suficientes para poner fin al silencioso mercadeo de armas que convierte a nuestro país, nos guste o no, en un exportador de la muerte. Muchas gracias.– Está visto que aquí cualquiera puede ser, con el aplauso de todos, un profeta, un héroe, un martir lejano, bien visto de lejos por todos, pero ay de él si sus voces proféticas, sus heroicidades, sus testimonios al límite ponen en peligro algunos de nuestros intereses. Entonces, que no espere nadie siquiera el mínimo reconoccimiento.- PD. Supongo que el ejemplo de Sánchez, que nos envía ahora este texto y unas fotos espeluznantes, que soy incapaz de contemplar, habrá sido uno de los que más han movido al Gobierno español a deshacerse de las bombas de racimo, que simbólicamente destruyó hace unas semanas la ministra de Defensa. Enhorabuena por todo, Gervasio.