Navarra fue antaño un país de ferrones. En 1784 la Corona española decidió hacerse con la ferrería de Orbaiceta, en manos de dos nobles franceses, y montar una nueva siguiendo el modelo de la de Eugui.
Hubo aqui después un dinámico espacio industrial, con cuatro hornos siderúrgicos, y un espacio urbano, hoy reconvertido en barrio pintoresco.
La Real Fábrica de Armas de Orbaiceta trabajó mucho y bien para los ejércitos españoles. Un mal día llegaron hasta aqui los ejércitos franceses de ocupación. Se asomaron después los carlistas. A finales del siglo pasado le ganó la partida la belicosa competición y quedó la moderna ferrería hecha unos zorros.
Siguen pasando, reflejando la historia, las aguas pluvionivales del riachuelo Legarza, que recoge un poco más arriba las regatas Txangoa e Itolaz. Bajo ese emparrado perenne de piedra sillar y mampuesta, que unió un día los hornos, de un lado, con las las caboneras, del otro.
De aquella ruidosa fábrica real, creadora de los mayores ruidos, sólo se oye ahora el claro rumor del agua clara. Bien de interés cultural, está hoy pendiente de una severa recuperación, y las ruinas en un estado provisional de mírame y no me toques.