He oído, estos días, a fervientes cubanos castristas llamar a Fidel Castro Padre de la Patria –qué patrióticos son todos los comunistas cuando gobiernan ellos-, Padre de América y hasta Padre del Mundo. Toda dictadura, toda sociedad cerrada y más con un guía providencial, acostumbra a sus súbditos fieles a empequeñecerse, a aniñarse para mejor resaltar la paternidad, la superioridad, el dominio, el señorío del dictador, del conductor, del caudillo, del führer, del duce, dueño y señor del Pueblo, de la Nación, del Estado, simbolizados y encarnados en él. El abuso pudo y puede tener una raíz seudo-religiosa, en cuanto, como sabemos, los atributos de la Divinidad, que reposaban, teórica y prácticamente, ya en los emperadores romanos y, de hecho, en algunos bizantinos y sacro-germánicos y luego en algunos reyes absolutos, fueron transferidos, desde la Revolución de 1789 a la Nación, y de la Nación a los dirigentes supremos de cada una de ellas. Los Estados comunistas, con Stalin, Mao o Castro a la cabeza, han seguido, a pesar de su ateísmo, esa tradición seudoreligiosa. Pero la paternidad sobre todo el mundo, fuera de algún papista-integrista extraviado, no lo había oído nunca de nadie.- Por lo demás, sigo con atención las opiniones de los expertos que hablan de las luces y las sombras del Régimen castrista. Algunos son tan ingenuos, que, después de hacer como que remarcarn algunas de esas sombras, acaban declarando a Fidel como el mayor estadista de América. Sin recordar que un estadista que no sabe aunar eso que llaman Justicia y eso que llaman Libertad -si es que puede haber una Justicia que no sea libre y una Libertad que no sea justa -no merece el apelativo de estadista, y posiblemente ni siqueira el de buen dirigente político.