Los medios han hablado de la visita del papa al Parlamento Europeo en Estrasburgo, pero han olvidado del todo su visita a la contigua sede del Consejo de Europa -Palais de l´Europe-, ignorado y olvidado por casi todos. Institución europea pionera, a la que hoy pertenecen 47 países, que incluye el célebre Tribunal Europeo de Derechos Humanos y otros organismos prestigiosos, habló Francisco ante los diputados de la Asamblea Parlamentaria en el mismo salón, entonces compartido por el Parlamento, donde escuchamos a Juan Pablo II hace 26 años. Y comenzó hablando, cómo no, de aquellos padres fundadores que, tras dos terribles guerras mundiales, quisieron ver en el otro no un enemigo que combatir, sino un hermano a quien acoger. Y frente a la globalización de la indiferencia y al individuaalismo que nos hace humanamente pobres y culturalmente estériles, y del que nace el culto a la opulencia y la cultura del descarte, animó a construir unas auténticas relaciones humanas basadas en la verdad y el respeto mutuo. Un lugar central del discurso ocupó su mirada a Europa, una Europa herida por las muchas pruebas del pasado, pero tambien por la crisis del presente, que ya no parece ser capaz de hacer frente a ella con la vitalidad y la energia de tiempos anteriores. Una Europa un poco cansada y pesimista, que se siente asediada por las novedades de otros continentes. Una Europa multipolar y transversal, en la que tanto influyó durante siglos el mensaje cristiano, al que hoy se considera en el ámbito de una correcta relación entre religión y sociedad. En la visión cristiana -prosiguió el papa Francisco-, razón y fe, religión y sociedad, están llamadas a iluminarse una a otra, apoyándose mutuamente y, si fuera necesario, purificándose recíprocamente de los extremismos ideológicos en que pueden caer. Toda la sociedad europea se beneficiará de una reavivada relación entre los dos ámbitos, tanto para hacer frente a un fundamentalismo religioso, que es sobre todo enenigo de Dios, comno para evitar una razón «reducida», que no honra al hombre. Como conclusión, el papa propuso una especie de nueva ágora, animada por el deseo de verdad y de edificar el bien común: Mi esperanza es que Europa, redescubriendo su patrimonio histórico y la profundidad de sus raíces, asumiendo su acentuada multipolaridad y el fenómeno de la transversalidad dialogante, reencuentre esa juventud de espíritu que la ha hecho grande y fecunda.