“Guardaos de los escribas…”

Mc 12, 38-42

Quizás algún escriba de Nazaret
enseñó a Jesus la lengua hebrea y a leer las Escrituras.
Después los encontró por Galilea,
y sobre todo en Jerusalén,
y discutió con ellos en varios momentos de su vida.

No formaban un concreto grupo religioso.
Eran lo que los secretarios de hoy en día: un oficio diverso
de muy distintos grados y deberes.
Sacerdotes o laicos, bajos o altos funcionarios,
técnicos en la escritura y copia de documentos,
en muy varios niveles de la escala política y social.

A veces fueron hombres sabios,
hombres santos y piadosos,
maestros de la Ley,
respetados, venerados por el pueblo:
Baruc, Esdras, Henoc,
escritores y líderes en tiempos convulsos;
el mártir Eleazar,
o el autor del Eclesiástico y hombre de Gobierno,
Jesús Ben Sira.

Para los tres primeros evangelistas,
los escribas eran expertos en la Ley,
siempre vinculados a los fariseos,
a veces a los  jefes civiles, los ancianos,
y a los jefes de los sacerdotes
en la ruda hostilidad a Jesús de Nazaret.

Marcos nos dice pronto que el Maestro
enseñaba con plena autoridad,
y no como los escribas.
Solo una vez llamó Jesús a un escriba

cercano al Reino de Dios, al convenir
sobre el mandamiento principal.

Estaba, un día, el Maestro sentado con los suyos
junto al arca del Tesoro del Templo.
Y viendo tal vez algunos escribas poderosos
echar vistosos  donativos en la hucha,
junto a una anciana viuda, que echó dos moneditas,

Guardaos –les dijo– de los escribas,
que gustan pasear con amplio ropaje;
ser saludados en las plazas;
ocupar los primeros asientos en banquetes
y sinagogas;
que devoran la hacienda de las viudas
so capa de largas oraciones…

Y, comparándolos con la mujer:

En verdad os digo que esa pobre viuda
ha echado más que el resto de los donantes,
que entregaron lo que les sobraba,
mientras ella lo que tenía para vivir…