He leido y leo de vez en cuando a Gustavo Bueno, pues, aunque no me entusiasma su prosa, me gusta su mucho saber y también su sentido del humor. También su audacia libérrima, nota capital de un verdadero filósofo, y en no pocos casos su valentía. Me han interesado en los últimos tiempos sus reflexiones patrióticas contra corriente y menos su materialismo filosófico que, ya se sabe, no me convence ni me seduce, aunque siempre aprendo mucho de él. Leo ahora unas declaraciones suyas sobre la triste retirada del crucifijo de un centro escolar en Castilla-León, que él tacha de absurda y como punta de lanza de una propuesta del partido del presidente Zapatero. El crucifijo -dice Bueno- es un símbolo histórico, teológico y artístico, que forma parte de nuestra cultura. Quitar el crucifijo es quitarse el vestido. Los que lo defienden [el que se quite] son unos indoctos. El que haya leido no a Santo Tomás sino a Hegel sabe que el cruciifijo no se puede quitar. Se refiere también a la Iglesia, verdadero tabú para buena parte de intelectuales españoles. Incluso el filósofo asturiano afirma con humor que la gente, creer creer, cree más en la Iglesia que en Dios: la Iglesia católica es la que ha salvado la razón en la historia de Europa. Frente al Islam, que en realidad es una herejía del Cristianismo, una herejía arriana, y frente al gnosticismo, la Iglesia mantuvo los criterios de la filosofía griega que incorporó a la teología dogmática.