Holocausto en Irak

 

En un territorio tan extenso como las Islas Británicas, entre Irak y Siria, siguen las decapitaciones, los secuestros, las violaciones de niñas y mujeres, las crucifixiones… Algunos periodistas comparan su suerte con la de Polonia en 1943: mientras los polacos no judíos se divertían con una función extraordinaria del circo en Varsovia, se acometía la matanza final en el Barrio judío. En sólo diez años los cristianos de Irak ha pasado de dos millones de personas a 200.000. Entre la guerra de Irak y las represiones que la siguieron, el éxodo se hizo incesante. Pero en estos dos últimos años llegó lo peor: El Estado Islámico se propuso acabar con ellos  y con otra minoría, la yazidí.  Desde Mosul, de Qaraqos y de otras poblaciones de mayoría o de fuertes minorías cristianas yazidíes, deambularon dcías y días  por las montañas de Nínive para llegar a un lugar seguro donde el dilema no fuera convertirse al Islam o ser degollados (los varones) y  convertidas en esclavas sexuales (las mujeres). Miles y miles de los que escaparon a la muerte y no han podido escapar más lejos, viven en campos de refugiados en Turquía o en el Kurdistán irakí, en condiciones miserables. Sus historias son espeluznantes. Empresarios, obreros, médicos, ingenieros, funcionarios, profesores, agricultores, comerciantes… se sienten abandonados, víctimas de la política internacional, y se preguntan dónde están los defensores de los derechos humanos en el mundo. Con menos motivo, se lamentan, se movilizó, en ocasiones recientes, la opinión pública europea y americana y se arremetió contra los causantes del mal. Pero ellos están demasiado lejos. Son sólo minorías insignificantes. No son clave de algo. Son nadie. Son nada.